jueves, 16 de junio de 2016

Propiedades, fuerzas y votos

Tenía mujer, dos hijos pequeños y un enorme horizonte azul y pacífico frente a él. Aquel granjero del siglo XIX sentía orgullo durante aquella mañana frente al paisaje que le mostraba el territorio americano conocido como Oregón. Había construido una granja preciosa en una tierra fértil. Con mucho esfuerzo y sacrificio sembró los campos de alrededor. Era su tercera primavera en el lugar y ya estaba la casa terminada junto a los establos, mientras las primeras cosechas ofrecían sus frutos.


Apenas tenían vecinos y estaban muy alejados, pero a treinta millas un asentamiento de colonos auguraba el nacimiento de un nuevo pueblo con su correspondiente partido judicial y sus registros oficiales. Parecía un buen lugar para que la familia creciera. Y en esta satisfacción tenía sumido sus pensamientos cuando, de pronto, vio a un hombre arrancar una lechuga de su huerto y le llamó al orden.

_ ¡Oiga!, ¡qué hace!, esto es de mi propiedad.
_ ¿Con qué derecho? –reclamó el desconocido-.
_ Porque he construido esta casa y labrado estos campos con mis manos.
_ Pues estas diez mujeres y nueve hombres –en ese momento aparecieron varias personas bajando una colina cercana-, más yo, venimos de muy lejos para instalarnos por estas tierras vírgenes. Y decidimos que esto es ahora de nuestra propiedad.
_ ¿Con qué derecho? –sólo acertó a decir el asombrado y enfadado granjero-.
_ Con el derecho de la Democracia. Nosotros somos veinte y usted uno.
_ Tengo mujer y dos hijos pequeños y esto es de mi familia.

Afirmó el granjero un tanto asustado al estar rodeado de desconocidos amenazantes. Y el que parecía el jefe sentenció:

_ De eso nada, le estaba diciendo que por veinte votos a favor y dos en contra, pues sus dos hijos son menores para votar, estas tierras quedan ahora de nuestra propiedad.
_ Entonces... ¿estoy desamparado ante la justicia?.
_ Bueno, la justicia es ahora un tribunal compuesto por veintidós jueces que son todos los electores de estas tierras. Veinte de los cuales hemos decidido que usted y su familia tendrán derecho a utilizar los establos como vivienda; y su manutención la pagarán trabajando para nosotros. Eso es lo justo. Así que venga, ¡a trabajar!

Así el granjero dejó de ser granjero y se convirtió en un esclavo de la fuerza enmascarada de democracia.

                                             F I N

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