Al nacer Claudio era extraño hasta para sus padres, un matrimonio de pobres y sencillos ciudadanos de la enorme urbe de Madrid. La rareza de su rostro se mostraba evidente en las primeras semanas de vida del niño y la palabra feo brotaba de forma natural.
_ ¡Qué bebé más raro! -decía el propio padre al hablar de él con los amigos en el bar -.
Razón no le faltaba. El niño creció formando una cara difícil de explicar. Parecida a cuando alguien quiere enviar un beso desde lejos y acentúa el gesto con un mayor pronunciamiento de los labios hacia fuera. Idéntica expresión parecía tener siempre el rostro del niño, sólo que sus labios y nariz poseían tamaños exagerados, al igual que sus cejas, pero de ojos pequeños y orejas salidas. Si añadimos una frente estrecha, barbilla larga y pelo tieso, aparece su vivo retrato.
Claudio creció acomplejado. Su escolarización fue un tormento mientras duró. Abandonó sus estudios con trece años porque ya no aguantaba más las bromas, burlas y risas de sus compañeros. No lograba hacer amigos ni encontraba trabajo. En su pubertad y ante las chicas era extremadamente tímido. Motivos no le faltaban, hasta las del oficio más antiguo lo rechazaban. Con tal fealdad su sexualidad se desarrolló y consolidó exclusivamente en el onanismo, entre imágenes y fantasías eróticas. Junto a una potente fuente sentimental que intentaba domar y dirigir a su instinto sexual.
Su otra pasión era una antigua bicicleta de carrera que un vecino le regaló porque se mudaba y no tenía sitio. Así se acostumbró a viajar y recorrer a pedales los campos y bosques cercanos a la capital. En aquellos paseos solitarios en plena naturaleza a veces leía libros de relatos mitológicos. El abuelo materno de Claudio fue un gran lector y llegó a tener una pequeña biblioteca, parte de la cual heredó su madre. Y entre aquellos libros que acostumbraba a llevar en la mochila de la bicicleta apareció su creencia o fantasía sobre las ninfas mágicas de los bosques. Tanto leyó del tema que llegó a sentir que las ninfas existían y que eran exquisitamente milagrosas.
Poco a poco apareció en su mente y corazón una ninfa hermosamente imaginada que se convirtió en su verdadero amor platónico. Según su creencia a estos seres no les importaba nada la belleza exterior y aunque podían obrar milagrosamente sobre el físico humano, la verdadera hermosura residía en el interior de las personas. Claudio pensaba que los seres humanos con mayor belleza interior podían ver a una Ninfa en algún momento de su vida. Fue esperando este encuentro sobrenatural con una de estas mágicas doncellas y preparaba su ánimo para el glorioso encuentro. Se sentaba mucho tiempo al lado del río o de pequeños embalses porque la mitología decía que las ninfas estaban relacionadas con el agua. En esta solitaria espera se apartó de la sociedad y casi todos los días acudía al bosque, a veces hasta lloviendo, envuelto en un llamativo impermeable amarillo.
Un día, mientras escalaba unas pequeñas piedras con la bicicleta a cuestas, resbaló y el biciclo se despeñó, cayendo a varios metros de altura; quedando sus ruedas, chasis y manillar seriamente dañados. Fue al mecánico para que valorara el daño y resultó más barato comprarse otra. Quedó triste. El mundo se le vino encima porque no podía ir a los bosques andando y no tenía dinero ni para el Metro. Su única salida fue andar mucho para explorar y pasear por los grandes parques de la ciudad. En aquellos espacios verdes y públicos nunca halló la soledad necesaria para que una ninfa apareciera ante él. Buscaba los bancos más solitarios para sentarse, donde alimentaba las esperanzas en volver a las sierras y los bosques para hacer realidad su mayor deseo.
Poco a poco apareció en su mente y corazón una ninfa hermosamente imaginada que se convirtió en su verdadero amor platónico. Según su creencia a estos seres no les importaba nada la belleza exterior y aunque podían obrar milagrosamente sobre el físico humano, la verdadera hermosura residía en el interior de las personas. Claudio pensaba que los seres humanos con mayor belleza interior podían ver a una Ninfa en algún momento de su vida. Fue esperando este encuentro sobrenatural con una de estas mágicas doncellas y preparaba su ánimo para el glorioso encuentro. Se sentaba mucho tiempo al lado del río o de pequeños embalses porque la mitología decía que las ninfas estaban relacionadas con el agua. En esta solitaria espera se apartó de la sociedad y casi todos los días acudía al bosque, a veces hasta lloviendo, envuelto en un llamativo impermeable amarillo.
Un día, mientras escalaba unas pequeñas piedras con la bicicleta a cuestas, resbaló y el biciclo se despeñó, cayendo a varios metros de altura; quedando sus ruedas, chasis y manillar seriamente dañados. Fue al mecánico para que valorara el daño y resultó más barato comprarse otra. Quedó triste. El mundo se le vino encima porque no podía ir a los bosques andando y no tenía dinero ni para el Metro. Su única salida fue andar mucho para explorar y pasear por los grandes parques de la ciudad. En aquellos espacios verdes y públicos nunca halló la soledad necesaria para que una ninfa apareciera ante él. Buscaba los bancos más solitarios para sentarse, donde alimentaba las esperanzas en volver a las sierras y los bosques para hacer realidad su mayor deseo.
Así se convirtió en el ser más solitario y triste de todo Madrid. Soledad incluso monótona que, sin embargo, iba a ser cuna de una exquisita sensibilidad hacia animales y plantas. El parque del Palacio Real era su lugar preferido para pasear y soñar, también el parque del Retiro. Le encantaba dar de comer a palomas, ardillas y gorriones que solían aparecer entre los jardines. Hasta creyó ser amigo del gorrión que más se acercaba, al que le unía un gusto común por las pipas peladas de girasol. Tal amistad mereció un nombre para el pequeño alado y Claudio lo “bautizó” con el monosílabo “Gon”.
Al despuntar la noche todos los pájaros desaparecían, incluido su amigo Gon. En esos atardeceres acostumbraba Claudio a quedarse un buen rato pensando en silencio. Su mente se transformaba en una fortaleza etérea e inexpugnable para el resto de los mortales. Y algunos años fueron pasando. Hasta que llegó un punto sin retorno y tomó una decisión repentina y temeraria, ingresar en el ejército. Se armó de valor y fue en busca de los formularios y las solucitudes oficiales. Las rellenó, las cursó y fue citado para dos pruebas, una física y la otra sobre conocimientos, que a su vez incluiría una valoración psicológica.
Pasó bien la prueba física, a pesar de las burlas de algunos sobre la fealdad de su rostro. Se preparó concienzudamente y estudió mucho para la prueba de conocimientos, y también la pasó. Así quedó todo pendiente de una citación próxima para ingresar en el campo de instrucción, donde una semana después firmaría por dos años de contrato con el ejército. Una extraña sensación agridulce le invadió al saberse aprobado y admitido, porque era una decisión temeraria y de imprevisible resultado. En cierta manera sufría, pensaba que si no pudo soportar el colegio tampoco podría soportar a los compañeros militares. A veces su potente imaginación le conducía a escenas desesperantes, donde se veía sufrir con las novatadas del campo de instrucción. Y alguna lágrima fue testigo mudo de aquel sufrimiento prematuro.
Como la lágrima de aquella tarde sentado en un banco del parque. Frente a él, relativamente lejos, una pareja de ancianos invidentes estaba en otro banco. Los dos portaban gafas oscuras y sendos bastones blancos y delgados que permanecían apoyados sobre las piernas. Cogidos de la mano parecían hablar conversaciones cortas, casi sin gestos. Claudio estuvo observando un buen rato a la pareja anciana y se percató de un curioso detalle al llegar andando una joven mujer. Era hermosa y ya la había visto pasar más de una vez. Le gustaba mucho la agradable visión de aquella mujer caminando, pues su juventud y hermosura parecían propias de una ninfa. Intentó imaginar su nombre justo en el momento que pasaba frente a él, entonces el señor anciano dijo:
_ ¡Buenas tardes Raquel!
_ ¡Buenas tardes linda pareja! –contestó ella-.
Se llamaba Raquel, su curiosidad fue saciada, pero otra mayor surgió en aquel mismo instante, pues, “siendo ciego el anciano: ¿cómo pudo saber quién era la muchacha antes de poder reconocerla por su voz?”.
Así fue como Claudio quedó agradablemente sorprendido con la pareja de ancianos que acostumbraba a ver en sus largos paseos por el parque. Comenzó a pensar detenidamente en ellos y sus cegueras, hasta que algo desapercibido hasta entonces quedó latente para él: ¡los ciegos no podían ver su cara!. Gran descubrimiento. La fealdad de su rostro era invisible en el mundo de los invidentes. Como si en el interior de los ciegos anidara una ninfa capaz de reconocer a los corazones bellos sin que interfieran las fachadas y apariencias. Se asombró gratamente ante el lógico descubrimiento y en los días siguientes observó con más curiosidad a los ancianos. Hasta que una tarde, armado de valor, fue hasta ellos.
_ Buenas tardes, ¿podría sentarme en este banco?.
_ Por supuesto, joven – permitió el anciano -.
Se sentó y pasó un minuto hasta que el anciano dijo:
_ Querida, ¿crees que las margaritas habrán florecido ya?.
_ No sé, a veces creo que me llega su olor. -respondió su mujer-.
En realidad las margaritas estaban en todo su esplendor y, frente a ellos, entre los árboles crecían. Claudio se levantó y cogió dos de las más hermosas. Volvió al banco y las ofreció a la pareja:
_ Las flores están preciosas y aquí tienen dos.
_ ¡Oh!, muchas gracias joven –afirmó la anciana al acercar la flor hasta su olfato -.
_ Gracias muchacho – también agradeció el anciano -.
_ Me llamo Claudio. Desde hace tiempo les veo aquí en el parque y hoy me he atrevido a hacerles un poco de compañía para conocerles, ¿no les importará?.
_ Para nada, al contrario, lo agradecemos. Mi esposa se llama Lucía y yo Mateo.
_ Encantado -dijo tímidamente el muchacho-.
De esta manera, casi sin saberlo el interesado, comenzaba a cambiar la vida del joven Claudio. Lucía, ya con algo de confianza, preguntó:
_ Eres muy joven, ¿no?.
_ Pues tengo casi 19 años. Ya soy adulto y votaré por primera vez en las próximas elecciones democráticas.
_ ¿Y a qué te dedicas?, joven ciudadano; si no soy indiscreto -preguntó Mateo respetuosamente-.
Claudio no supo qué responder. Como no trabajaba ni estudiaba, algunos vecinos decían de él que además de feo era vago, sin oficio y sin beneficio. Pero el joven no podía mentir.
_ Ahora estoy en Paro.
Decidió una verdad a medias. Para el sensible oído de Mateo no pasó desapercibido la duda inicial al responder. Por ello y con mucha educación decidió no indagar en la cuestión. Lucía quiso cambiar de tema y afirmó con sinceridad:
_ Tienes una voz muy bonita.
Aquello no lo esperaba Claudio. Era el primer piropo que recibía en toda su vida. Quedó sonrojado y sólo acertó a decir:
_ ¿Usted cree?.
_ Pues claro que lo creo. Nosotros los invidentes tenemos un oído muy desarrollado y sensible. A través del sonido de la voz conocemos a las personas, sus estados de ánimo y sus particularidades. Y tú tienes una voz muy agradable y original. Creo que con tu juventud podrías fácilmente dedicarte a presentador de radio, al doblaje de películas o incluso a la canción.
El muchacho sonreía ante la agradable sensación de aire fresco que las palabras de doña Lucía transmitían a su existencia. Y pronunció unas tímidas gracias mientras miraba sonriendo a su amigo volador, Gon, que permanecía posado en una larga rama cercana. Y Claudio decidió allí mismo que aquel era el día más feliz de su vida.
Durante las tres semanas siguientes Claudio habló casi todas las tardes con el anciano matrimonio. Tan sólo cuando veía a su admirada y bonita Raquel dialogando frente a ellos su tremenda timidez le impedía acercarse. Una tarde el propio Mateo le dijo que reconocían a Raquel por el sonido de sus pasos. También afirmó que ya comenzaban a reconocerle a él cuando se les acercaba andando. Claudio quedaba permanentemente admirado de esta cualidad invidente. Según doña Lucía algunas personas emiten unos sonidos de pasos tan personales que resultaban bellos.
Aquel muchacho, descubierto bello por los invidentes, se convirtió en un buen amigo de los mismos. Y cuando llegaron a reconocer el piar de su compañero Gon, ante tanta sensibilidad entre gorrión y humano, fueron incluidos para siempre en su círculo de fraternidad del anciano matrimonio. Así la amistad acostumbró a reunir a los cuatro en un mismo lugar del parque, tres humanos y un pájaro, rodeados de paz y vida natural.
Aquellas semanas cambiaron sustancialmente la personalidad del muchacho, su sensibilidad creció más y con mejor calidad. Una tarde Claudio comunicó a sus amigos la llegada de una carta oficial donde comunicaban su incorporación en el ejército a la semana próxima. Los ancianos se sintieron contentos y esperaban una buena entrada y estancia del muchacho. Sentía que Claudio poseía la personalidad más hermosa entre todos los jóvenes que habían conocido. Hasta que llegó el día anterior a su incorporación al Ejército. Por la tarde tuvo lugar la triste despedida. Abandonó el Parque llorando mientras dejaba atrás a las palabras y los cantos de sus tres mejores amigos.
Al traspasar la barrera de entrada Claudio sintió mucho miedo, como un presagio. Así fue, el primer día en el campo de reclutamiento fue una tortura, sus compañeros le bautizaron como “el Picio” y no paraban de gastarle bromas. Durante la tarde de su segundo día castrense fue entrevistado por un teniente médico y titulado en psicología. Cuando terminó el test psicológico el oficial salió apresurado hacia el despacho de su capitán. Allí informó a su superior:
_ Si este muchacho se incorpora al Ejército pienso que antes de un mes habrá intentado suicidarse, es mi opinión profesional.
Así fue como Claudio se libró del tormento voluntario, y de la alegría pasó al desencanto. Cuando volvió a Madrid se sintió un inútil. No se atrevía ni a saludar a sus ancianos amigos y contarles lo sucedido. Iba al parque y desde lejos observaba para que no reconocieran el ruido característico de sus pasos. Siempre con la cómplice compañía de Gon, su amigo gorrión. Sin saber que aquellas ausencias del pájaro de las cercanías del matrimonio era un claro mensaje para Lucía y Mateo.
Un día Claudio despertó con la imagen del bello rostro de una ninfa que se perdió entre sus sueños. Iba por la calle pensando en ello cuando, por casualidad, Claudio se iba a topar con los ancianos en una zona comercial cercana al parque. Se puso tan nervioso que se introdujo rápidamente en un establecimiento de loterías que había cercano. Después sonrió de sí mismo, ya que había actuado como si los ciegos pudieran ver. Una ver allí dentro y por hacer algo compró un boleto de lotería primitiva que pidió automática. Seis números imprimió la máquina al azar: 10, 21, 31, 38, 43 y 48. Exactamente los mismos números que salieron del bombo oficial el sábado siguiente. Un millón veinte y siete mil euros fueron suyos por obra y arte de la suerte, o del destino.
Claudio brincó de alegría cuando lo comprobó frente al pequeño televisor de su habitación. Durante dos días estuvo encerrado, pensando y dudando qué hacer con tanto dinero. Al tercero, decidido, fue al banco e informó a sus padres del hecho, regalándoles mucho dinero. En los días posteriores compró ropa, aparatos digitales, se sacó el pasaporte, visitó una agencia de viajes y un día embarcó en un avión rumbo a Estados Unidos.
_ Feo pero con suerte este hijo tuyo –dijo el anciano padre a su esposa mientras despegaba el avión con su millonario descendiente a bordo -.
El destino de Claudio era una afamada clínica de cirugía estética en el Estado de Florida. Allí fue intervenido con cirugía dieciséis veces en el rostro. Cuando las últimas vendas le fueron quitadas se miró al espejo y vio al hombre más guapo del mundo. En realidad quedó con una cara de lo más normal, pero comparada con la anterior parecía un milagro.
Volvió a España y se instaló en Marbella, donde alquiló un bonito chalé con vistas al mar. También adquirió un automóvil deportivo y mucha ropa de moda. En su quinta visita a las discotecas ya había perdido su vergüenza ante las mujeres e hizo por primera vez el amor con una joven inglesa con la que entabló relación casual.
La inglesa volvió a su país, pero él continuó con sus marchas nocturnas y gastando dinero por doquier. Entre los seres de la noche aparecieron amigos oportunistas, se enganchó a la cocaína y también algo a la bebida alcohólica. Era ya un auténtico juerguista, dormía por el día y se divertía por la noche. Así llegó el invierno, sintió nostalgia por su viejo Madrid y volvió.
Sus padres se alegraron de verlo con la cara cambiada, pero se extrañaron aún más de su cambio de comportamiento. Para no “aburrirse” Claudio decidió montar un bar de copas en el centro de Madrid donde continuaron las juergas nocturnas. Ya llevaba en la capital tres meses cuando una tarde, recién levantado, conducía su deportivo cerca del Palacio Real. Inesperadamente se acordó de los ancianos invidentes y decidió verlos.
Entró en el parque y allí estaban, sentados en el banco habitual, cogidos de la mano, como siempre los había visto. Recibiendo los rayos de sol y con los oídos abiertos al movimiento de hojas y ramas, a los cantos efímeros de los pájaros que revoloteaban entre los árboles, al batido de sus alas, al caminar de la gente. Cuando Claudio estaba a dos metros de ellos, Mateo se levantó y exclamó:
_ ¡Claudio!…
Lo había reconocido por el sonido de sus pasos, Lucía también se puso en pie.
_ ¡Hola familia! -dijo Claudio mientras estrechaba la mano de Mateo y besaba las mejillas de Lucía- ¿cómo estáis?.
_ Bien, hijo, y tú, cómo te va en la Mili.
_ Estupendo -Claudio decidió mentir-, ahora puedo decir tranquilamente que me he convertido en un hombre.
_ Pues sí, realmente percibo un cambio importante en tu voz - asentó Mateo -.
_ ¿Y te sientes mejor que antes? -preguntó la anciana-.
_ Doña Lucía, no sabe usted lo que la mili puede llegar a cambiar a una persona, y yo he tenido mucha suerte en ese sentido… con el Ejército.
_ ¿Tanta?.
_ Sí, es como si en estos seis meses hubiera pasado de ser el último marginado de la sociedad “militar” a convertirme en un espléndido capitán, en el sentido metafórico claro.
_ ¿Te han dado mucho permiso? - preguntó Mateo -.
_ Quince días.
_ Entonces podrás venir a nuestras bodas de oro que celebramos en la Asociación de Invidentes Madrileños pasado mañana.
_ ¡Oh!, lo siento, precisamente pasado mañana he quedado con unos amigos militares que también están de permiso e iremos a la Sierra -Claudio volvió a mentir -.
Sacó un billete de cien euros de su cartera y lo puso en la mano al anciano diciendo:
_ Tomen mi regalo y compren algo en mi nombre.
El matrimonio lo agradeció de forma educada. Después Claudio se despidió y se marchó con prisas, pensando que ya no era tan feo como para vivir entre ciegos. Quería olvidar su pasado y todo lo relacionado con su fealdad anterior. Olvidar sin darse cuenta de la venida de una nueva y peor fealdad, pues salía del Parque por su puerta principal sin percibir que también dejaba atrás el piar insistente de un gorrión amigo que, sin comprender, lo llamaba por su nombre en el lenguaje de los gorriones. Y antes de perder de vista a su amigo entre la multitud humana Gon emitió un último piar casi silencioso, pero magníficamente triste, como el nombre de una amistad perdida.
Así una poderosa belleza se perdía del interior de la mirada de aquella "guapa" cara que salía del Parque. Llegó andando al cruce de dos grandes avenidas aledañas al Parque y, de pura casualidad, se cruzó con Raquel en el paso de peatones, la reconoció en el acto. Rápidamente dio la vuelta y en la acera encaró a la mujer.
_ Hola Raquel.
_ ¿Cómo sabe usted mi nombre? –respondió sorprendida -.
_ Pues… Es que soy amigo de la pareja mayor de ciegos que tú también conoces y alguna que otra vez te he visto saludarles. Pero no me llames de usted, puedes tutearme.
_ Bueno, precisamente voy al parque a sentarme un ratito con ellos.
Claudio permaneció breves segundos en silencio y dijo:
_ ¿Y por qué no te vienes conmigo a tomar un café en ese mismo bar de la esquina?.
_ Lo siento pero acabo de tomar café - fue la respuesta de la joven -.
_ Bueno, pues tomas otra cosa. ¡Anda mujer!, estaremos mejor conociéndonos que con esa pareja de ciegos.
Aquella última frase de Claudio indignó tanto a Raquel que dijo en voz alta y clara:
_ Pues “esa pareja de ciegos” resulta ser dos de las personas que más aprecio en esta vida, porque la belleza que vive en sus mentes y corazones es incomparable a la de otros seres que presumen mucho. La mayoría quieren ser guapos por fuera abandonando la cultura interior, quedando feos por dentro, ¡como tú! – terminó expresando descaradamente -.
Al instante se volvió y comenzó a andar de nuevo hacia el parque; quedando Claudio plantado, mudo y con expresión aturdida. Seguidamente puso un gesto de conformismo y pronunció en voz baja:
_ Pues tú te lo pierdes, tía.
. . .
Ahora, tres meses más tarde, mientras Claudio es ingresado en la prisión de Alhaurín acusado de tráfico de cocaína e incitación a la prostitución en un local de copas de la Costa del Sol; muy lejos de allí, en un banco de un tranquilo parque madrileño, una pareja de ancianos permanecen sentados. Hasta que la mujer rompe el breve silencio establecido:
_ ¿Qué habrá sido del joven Claudio?. La última vez que hablamos con él lo noté muy raro. ¿Qué piensas?, querido.
Su marido responde:
_ No he querido decírtelo, pero aquel día lo sentí diferente, no parecía el mismo, ni siquiera preguntó por Gon.
_ Pues sí, ahora que lo mencionas creo que su voz era menos sensible. ¿Qué pudo ocurrirle para perder su extraordinaria belleza? ¿Lo estará pasando mal en la mili?.
_ No te preocupes mujer, pasará que no habrá tenido todavía la suerte de encontrar una mujer tan hermosa como la que encontré yo.
Las palabras de amor hacen que Lucía deslice su mano entre la de Mateo, como si en ese tacto fueran unas gracias, un beso y hasta la “vista” de la que carecen los dos. Mientras la orilla de la luz del sol va dejando sus cuerpos ambos parecen agradecer que sus cegueras hayan servido para esta unida bendición.
_ Se va el Sol… -susurra Lucía-.
_ Pero mañana volverás a sentirlo junto a Mateo -añade el marido-.
_ Entonces mañana te querré más aunque no te veo -añade rimando la esposa-.
Acaban de comenzar uno de sus juegos favoritos de intentar convertir el diálogo en rima. Pero Mateo no puede continuar porque sonríe moviendo el meñique sobre la mano de su esposa como hace siempre que sonríe. Y Lucía aprieta la mano de su marido exactamente con la misma presión ligera que ejerce cuando sonríe también. Los dos sonríen. Hasta un gorrión parece emitir un pequeño canto sonriente. Sin embargo, los videntes y transeúntes del lugar ven las sonrisas y no saben porqué sonríen. Desconocen que se debe a una exquisita y sabia belleza interior.
Mateo pasa de la sonrisa a la risa al advertir el alegre piar de Gon desde una rama cercana. Pero corta su risa en seco cuando de repente ambos escuchan un batir de alas que nunca antes habían escuchado. Quedan extrañados mientras Lucía pregunta:
_ ¿Qué será eso que suena al lado de Gon?, amado mío.
_ No te preocupes, mujer, si Gon no ha salido volando y continúa piando es que no se trata de nada malo.
_ Eso presiento, el piar parece canto de dos; suena a la armonía del deseo.
_ Son dos, cierto... Nuestro Gon se ha echado novia; y entre ellos dos parecen batir alas otros dos, ¿qué podrán ser, insectos, pajarillos menores?. ¿Qué te gustaría imaginar que son?, amada mía.
_ Creo que son nuestras hadas madrinas, amado mío. Recuerdo que el joven Claudio nos contó una bonita historia sobre ellas.
_ No eran hadas, eran ninfas.
_ No eran hadas, eran ninfas.
Y unas manos entrelazadas, ante la ausencia de la estética visual, buscan las cimas más elevadas de la belleza humana. Como dentro de nosotros, donde anida el amor y la auténtica belleza se gana, evoluciona, se pierde... O se recupera.
Lo había leido pero el montaje con las fotos queda aún mejor. Gracias por este espacio que ofreces para reflexionar sobre cosas tan auténticas y olvidadas como la belleza y el tiempo, que como esta solo es real en nuestro interior, cuando se convierte en memoria...
ResponderEliminarHola Nick!
ResponderEliminarHabía leído el comienzo, (lo siento, te espié un poco, era nueva en twitter, mi primer seguidor...) hace un tiempo, y me gustó. Me quedé con ganas de más. Y ahora he tenido la oportunidad de descubrirlo.
Me parece un relato precioso, más en estos tiempos en el q la imagen es el punto de partida para todo.
Me encanta la pareja de ancianos q se quiere, q disfruta de su mutua compañía, q con sólo rozarse se comprenden.
Gon, precioso pajarillo q se siente herido cuando no le quieren... pero q encuentra consuelo en alguien (la pajarita sin nombre) q a lo mejor le hiere pero está a su lado.
Claudio q un día soñó y creyó en hadas, ninfas y seres mágicos y q se perdió en su propio sueño, el mismo q tenemos todos, no sentirnos un bicho raro y ser aceptado.
En definitiva, me ha gustado mucho, me parece alentador para todos los q alguna mañana, muchas mañanas o siempre nos sentimos “moche”. Porque en el fondo sabemos q a pesar del exterior, lo importante es nuestra belleza interior, nuestra energía, nuestra inteligencia emocional, nuestros deseos de vivir y ser feliz, al fin y al cabo.
Besos
Gracias Mari Carmen, es verdad, son muy importantes eas "cosas tan auténticas y olvidadas como la belleza y el tiempo, que como esta solo es real en nuestro interior, cuando se convierte en memoria." También la imaginación ayuda e imaginar bellezas es bello. Echo de menos plasmar en relatos breves las bellezas que imagino. Besos.
ResponderEliminar;-)
Gracias Olga, creo que tu comentario es el mejor que recuerdo a este relato. No sólo por su extensión, sino por la descripción de los personajes. También está el factor suerte con el premio de la Primitiva (que por cierto tenía que haberlo pasado a euros, jajaja, una pista que el relato lo escribí antes de 2001 ;-) También está un breve trazado de mujer ideal en Raquel. En fin, que esto que digo junto a lo que dices en tu comentario dan la razón a cuando me dijeron que estos personajes merecían la pena explotarlos más, y quizás algún día lo haga cuando vuelva a escribiir narrativa breve. Gracias y besos.
ResponderEliminar;-)
PD: Es verdad, creo que fui uno de tus primeros seguidores. No me equivoqué...
Sencillamente me ha encantando y sea como sea el exterior, nunca hay que descuidar el interior, esa belleza es eterna. Saludos
ResponderEliminarSi echas de menos "plasmar la belleza que imaginas", es que como mi querido Pessoa te debates como yo entre el vivir y el soñar; pensar, escribir y soñar se mezclan y hacen vida que los demás no ven...pero, es mas real que el vivir?...ya me dirás,te dejo en esta hermosa página un trozo de la "vida" del genial maestro, que me encanta:
ResponderEliminar“… Tenemos, todos los que vivimos, una vida que es vivida y otra vida que es pensada, y la única vida que tenemos es ésa que está dividida entre la verdadera y la errada. Cuál sin embargo es la verdadera y cuál la errada, nadie nos lo sabrá explicar; y vivimos de manera que la vida que tenemos es la que tenemos que pensar”.
Gracias Mayte. Sí, a la belleza interior no le salen arrugas, y que se reste, o se sume, depende de uno, de nuestro caracter, personalidad o alma.
ResponderEliminar;-)
Preciosa la cita de Pessoa, Mari Carmen. Para mí vivir es todo. Por supuesto la locura de un loco es irreal para mí, pero para él es real, para mí una locura, para él, la normalidad. Pero su locura está dentro de la vida o realidad humana, igual que todas las locuras e igual que todas las corduras. Nunca la realidad fue sólo lo tangible y visible, no sólo porque ya en la célula primigenia había procesos químicos interiores ajenos al tacto o a la vista, no sólo porque miles de millones de años después los animales con cerebros más evolucionados sueñan (como los perros o los gatos), sino además porque con el humano la imaginación puede crear historias, artes o incluso ser descubridora de nuevas realidades empíricas (como las leyes científicas).
ResponderEliminarCuando asistimos a una obra de teatro vemos una mezcla de verdad y de mentira. Verdad porque el espacio es real y porque hay un proceso de estudio y aplicación de guiones, decorados, luces, etc. Y mentira porque el actor que está interpretando un enfado, por ejemplo, en realidad no está enfadado. Así cuando Pessoa, tú o yo escribimos historias que han nacido en nuestra imaginación las estamos "pariendo" a la realidad. Los artistas son creadores de realidades desde el pensamiento zambullido entre sensibilidades y sentimientos, y, porqué no, también de razonamientos capaces de conluir todo ello en alegatos o sabias metáforas. Así el artista, el escritor por ejemplo, no termina su trabajo hasta que existe el lector, primero él (todo escritor es el primer lector) y después, si pubica su obra, todos los demás lectores. De tal modo que de una historia surgen muchas interpretaciones, igual que la realidad espontánea cuando presenciamos un hecho extraordinario donde cada observador lo cuenta a su manera, pues de lamisma manera cada lector extrae una valoración y metáforas diferentes.
Bueno, que me enrollo, jajaja. En definitiva, si piensas estás creando realidades que pueden quedar para ti sólo o puedes compartirlas aún con el riesgo que sean deformadas o mejoradas en las mentes de otros.
;-)
Sublime tu relato…
ResponderEliminarPodría escribir mucho más, pero sería muy difícil para mí expresar los sentimientos tan profundos que se han removido en la más profundo de mi alma…
¡Gracias por esta aportación de autenticidad!
Un cordial abrazo de Avalon
Gracias Avalon. Sí, hay muchas moralejas, metáforas y alegatos dispuestos a despertar sensibilidades, razonamientos o sentimientos. Hay uno que todavía no hemos mencionado y es el dinero, mejor dicho, hacerse rico, Claudio no estaba preparado para ello. De ahí el dicho que la riqueza crea vicios para quienes no tienen principios bien formados. Si no le hubiera tocado la Primitiva posiblemente Claudio hubiera seguido siendo hermosamente bello en su interior. Buena moraleja, la riqueza más como obstáculo que como ventaja. El dinero ayuda pero la esencia es inmune a la riqueza o a la pobreza, ¿no?.
ResponderEliminar;-)
Un abrazo, querido Avalon.
Me gusta, hacía tiempo que no leía algo tan bello. Gracias ;)
ResponderEliminarGracias a ti ;-)
ResponderEliminaresque eres el mejor.
ResponderEliminartu hermano
Cuanta sensibilidad derrocha este relato. Qué buena vibración, gracias por el regalo
ResponderEliminarHe cambiado el nombre de uno de los protagonistas a propuesta argentina. He sustituido el nombre de "Concha" por el de "Lucía". He elegido este nombre porque a mi madre y a su abuela, mi bisabuela,le gustaban mucho "Santa Lucía". De hecho el retrato d santa Lucía es una de las primeras imágenes dibujadas que recuerdo de mi infancia, porque me impresionó mucho los ojos sobre un plato que aparece en los retratos o estampitas de esta santa que es patrona de ciegos, pobres, enfermos y niños.
ResponderEliminarGracias yO Misma :-)
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