miércoles, 20 de agosto de 2014

Granitolandia




Hace cinco mil millones de años ocurrió en lo más profundo del Universo que se desprendió de una solitaria estrella una nube incandescente de polvo y gas. Las explosiones fueron tan violentas que pareció por un instante que la propia galaxia iba a reventar. Poco a poco la nube, de unos veinte mil kilómetros de diámetro, fue apartándose del poderoso astro y comenzó a enfriarse. Los elementos sólidos, muy calientes, fueron concentrándose en el centro. Los metales pesados como el hierro, el níquel y el oro formaron un núcleo sólido inmenso. Sobre el que fue cayendo un océano líquido cuya profundidad llegó a alcanzar los tres mil kilómetros y a siete mil grados de temperatura. El hierro y el níquel se fundieron y el extremo calor provocó la desintegración de isótopos radioactivos de uranio, torio y potasio, generándose un poderoso campo magnético.

En esta circunstancia el océano de metales fundidos comenzó a recibir una lluvia de materiales sólidos. Hasta formar un manto rocoso de silicatos por encima de los mares de fuego, como si flotara sobre ellos. Así se infló como una inmensa masa redonda. Pero el cielo no cesaba de caer y llegó el turno a los materiales más ligeros como piedras, arenas, granitos y hasta gases. Todos los sólidos ligeros cubrieron pronto al manto y se fusionaron. Muchas rocas se fundieron y aparecieron grandes lagos de magma que iban siendo tapados por la caída de nuevos materiales. Cuando cayeron todos los sólidos desde el cielo oscuro terminó de formarse una corteza lisa. Como una fina capa de la que a menudo emergían los gases arrastrados o producidos por el magma. Hasta que todos los gases liberados formaron una atmósfera compacta. Acababa de nacer un planeta. Un astro humeante recién “fabricado” y tan caliente que todo el agua permanecía vaporizado en la atmósfera. 

El recién nacido inició su primera órbita alrededor de la estrella convertido en una esfera casi perfecta y completamente lisa. En la parte baja de la atmósfera, formada por gases pesados y mucho humo de los manantiales de magma, se estableció una densa niebla oscura. Desde lejos el planeta parecía un punto negro desdibujado en un horizonte estelar. Tanta luz alrededor del planeta nacido y, sin embargo, la densa niebla impedía que la claridad bañara las inmensas llanuras de su superficie. Podría decirse que el nuevo planeta era feo, como recién salido de una terrible guerra. De esta humeante manera pasaron doscientos millones de años, tiempo suficiente para que uno de los misterios del cosmos fuese a suceder.

Cuando ya parecía todo eternamente inmutable surgió a lo lejos un cometa. Era el “Eterno Portador de Vida”. Efectivamente, este veloz astro forma parte de una leyenda sideral tan antigua como el propio Cosmos. Según la cual, el Creador utiliza este cometa para repartir vida por todos los sistemas estelares. La historia relata que encargó la tarea de pilotarlo a un extraño ser al que nadie había visto jamás y llamado “Sitsi”. Se cuenta que este ente inimaginable tiene la misión de dar vida a un planeta de cada Sol. “Por cada estrella un mundo”, es el lema de Sitsi. Por esto se alegró mucho cuando divisó al nuevo y solitario planeta. Mil millones de años antes, es decir, el tiempo que este navegante espacial emplea en dar una vuelta completa a la galaxia, el recién nacido no estaba. Pero ahora el pequeño se encontraba ahí, a lo lejos, cerca de su estrella/madre.

Invadido por la emoción Sitsi puso proa y rumbo al planeta sin nombre. Llegó y dio varias pasadas por sus órbitas, derramando vida por doquier. Cuando acabó y se dispuso a marchar, lo miró durante un momento y pensó: “Dentro de mil millones de años volveré a visitarte y me gustaría contemplar una hermosa vida en ti”. Con esta esperanza marchó de nuevo a su eterno viaje. El peso del tiempo hizo acto de presencia y en el planeta parecía que nada había cambiado. En su superficie sólo existían llanuras oscuras de tierra, polvo, piedras y lagos de magma. ¿Acaso Sitsi había fracasado?.

La respuesta no tardó en llegar porque se escucharon crujidos en la oscuridad. Cada vez más crujidos que se extendieron por todo el planeta, hasta que todo quedó en silencio. De pronto algunos granitos de tierra comenzaron a moverse lentamente, movidos por una fuerza que parecía inexistente. Donde antes no hubo nada lo asombroso fue cierto. Aquellas miniaturas casi insignificantes cobraron vida. Millones de granitos de tierra desplazándose por la superficie del planeta, surgiendo como una nueva especie, la primera. Eran redondos y tenían que rodar sobre si mismos para realizar cualquier movimiento. Resultando unos torpes y primeros “pasos”, sin sentido ni dirección premeditada. Consumían, vivían o dependían de las leyes de la gravedad y, en un planeta liso, se limitaban a rodar.

Transcurrieron millones de años y sus cuerpos fueron transformándose poco a poco para adaptarse mejor al espacio que les rodeaba. La especie de los Granitos de Tierra comenzaba a diseñarse de forma natural y ayudados por el Tiempo iniciaron evolución. Este poderoso aliado trajo cuerpos redondos sin apenas cuello, grandes ojos, extremidades cortas, finas y delgadas, cuatro dedos en las manos y tres en los pies. Pero lo que más destacaba en aquellos diminutos seres era la piel, que asemejaba a pequeñitos muros de piedra. El camino evolutivo de la especie se presentó lento y prolongado. Al principio se comunicaban entre ellos con gestos, posturas y con monosílabos sonoros. Con el paso de los milenios progresaron en la comunicación y crearon un lenguaje rico y variado. Sin embargo entre tanta evolución hubo algo que no cambió en el entorno, siempre era noche cerrada. La oscuridad prolongada, sin estrellas y nublada, pesaba enormemente en el ánimo de esta solitaria especie. Tan sólo cerca de los lagos de magma encontraban algo de luz para poderse ver las caras.

Algunos granitos de tierra caminaban todo el tiempo de un lado para otro, de lago de magma a lago de magma, intentando escapar de aquella poderosa niebla oscura. Otros pasaban horas y horas mirando al cielo negro. Observaban atentamente la parte superior, pues se divisaba, casi se imaginaba, una claridad lejana. Era el resplandor de una esperanza que atravesaba un mar de tinieblas hasta llegar a la vista miope de aquellos liliputienses. Esta visión de momentos, entre un ir y venir de tempestades tenebrosas, hacía nacer y mantener la esperanza de algún momento donde llegarían a ver el Sol. Fue tanta la fe desatada que alcanzaron la lógica. Dedujeron que si tenían ojos era porque habían sido creados para la luz. Por tanto no tardaría en llegar el glorioso y luminoso día.

La realidad, aún así, resultaba aplastante, como si la niebla fuera una losa de plomo. Y la oscuridad perenne continuaba impregnando toda la superficie planetaria. A veces algunos débiles desesperaban y solían llorar, mientras los más astutos en silencio pensaban. El tiempo parecía inmóvil y el futuro forzosamente desesperado. Pero el destino a veces es caprichoso y se manifiesta inesperadamente. Como sucedió a un granito de tierra que, cansado de tanto andar, se sentó y comenzó a pensar. Pasó algo de tiempo y, de repente, se puso en pie y reflexionando en voz alta dedujo: “Si nos subiéramos unos encima de otros ganaríamos altura, como consecuencia atravesaríamos la niebla y llegaríamos al cielo donde podríamos ver la luz... ¡Sí!. ¡Lo encontré!. ¡Lo encontré!”.

Aquel pensador no se lo podía creer, había encontrado una solución fácil a un problema que instantes antes parecía imposible de resolver. Impulsado por el entusiasmo corrió a dar la buena nueva a sus compañeros. Por fin encontraron la manera teórica de llegar a la luz. Era pura lógica y rápidamente se propagó por todo el contorno. Y allí mismo, en el lugar donde se descubrió la solución, se reunieron en pocas horas miles de granitos de tierra. Se montaron unos encima de otros y formaron un pequeño montón. Mientras la noticia continuaba propagándose y hacia el lugar comenzaron a llegar muchedumbres procedentes de todas las zonas planetarias. Todos querían participar en aquella empresa. Suponía la única salida para una situación de oscuridad inaguantable. Así el montículo de tierra fue elevándose poco a poco y a los pequeños corazones de piedra llegó algo desconocido hasta entonces: la alegría del entusiasmo.

Pero en los primeros pasos inteligentes de aquella especie no faltó la aparición también de la avaricia, que engendró la ignorancia suficiente para introducirse en las primeras acciones aparentemente lógicas. Por ello, el grupo que se estaba formando pensó que sería más productivo si admitían sólo a los granitos de tierra más grandes y robustos entre los que iban llegando continuamente. Creyeron deducir que con tal norma el montículo sería cada vez más robusto y alto. Así hicieron. A partir de entonces los organizadores del grupo sólo aceptaron a los fuertes y corpulentos, despreciando a los pequeños y débiles. Apareciendo la primera ideología marginal donde sólo los fuertes eran los únicos destinados a llegar a la Luz. Estos fuertes se llenaron de orgullo, hicieron una gran fiesta y bautizaron a la asociación con el nombre de “Aña”, que en su idioma antiguo significaba “asociación de los fuertes”.

Los pequeños y débiles ya no fueron requeridos para participar en la tarea de hallar la Luz. Se sintieron traicionados por sus hermanos y condenados eternamente a la oscuridad. Quedaron esparcidos por todo el planeta y la tristeza invadió sus pequeños corazones mientras observaban desde lejos cómo crecían los añas. No tardó mucho en aparecer la envidia en sus pensamientos y la rabia en sus sentimientos. La impotencia daba sus peores frutos. Sin embargo, la emanación y evolución de la lógica fue irreversible y apta para todos. Por lo que otro cambio o paso lógico podía esperarse. Sólo había que esperar el momento oportuno en el lugar adecuado para que los protagonistas actuaran. Tres granitos de tierra débiles decidieron hacer una reunión para hablar de sus problemas. En ella fueron conscientes que la lógica se manifestó para todos. Esta conclusión les condujo hacia una solución paralela. Uno de ellos afirmó:

_ Los añas son fuertes y grandes, pero todos nosotros unidos somos más numerosos. Podríamos agruparnos y hacer igual que ellos.

Otro decidió:

_ Entonces vamos a buscar más granitos de tierra como nosotros y hagamos otro montículo.

Y el tercero, bautizando, exclamó:

_ ¡Eso, eso!. Y nos llamaremos “Mont”, que significa “los muchos”.

Con estas palabras nació otro grupo. Primero fue pequeño, pero la voz corrió por todo el planeta nocturno o donde siempre era de noche. Llegaron multitudes “débiles” desde todas partes y el grupo de los monts comenzó a crecer rápidamente. A lo lejos los fuertes añas comenzaron a preocuparse. La superficie del planeta ya no era completamente lisa. Dos montículos se elevaban continuamente hacia el cielo. El trabajo resultó duro y paciente. Los dos grupos estuvieron años reclutando nuevos compañeros. Hasta que, inevitablemente, no quedaron más granitos de tierra disponibles. Todos estaban agrupados en uno u otro grupo. Este hecho representó toda una sorpresa desagradable y las dos agrupaciones se vieron ante el mismo problema.

No hay nadie más”, se decían los fuertes. “No queda nadie suelto”, concluían los numerosos. Entre tal desconcierto la casualidad hizo acto de presencia. Porque los dos grupos alcanzaron una misma elevación, ambos medían unos mil metros de altura. Con ello casi rozaban el cielo, faltaba tan poco... Vinieron muchos días donde sólo faltaba tan poco, hasta parecía que aquellos días nunca iban a terminar. Y la desesperación se hizo común para ambos montículos. Aquello abrió una época de feroz rivalidad entre los dos grupos donde las traiciones y los insultos se hicieron casi insoportables, produciendo escenas dolorosas en ambas partes. La lógica parecía que no había traído nada bueno a aquel pequeño planeta. Muchos opinaban que el futuro sería un caos interminable. Algunos afirmaban que ninguno de los dos grupos llegaría a la Luz. Otros no sabían qué pensar. Pero el Destino, sabio guardián de sorpresas, preparaba una espectacular.

Ocurrió que desde el Espacio llegó un meteorito que se partió en mil pedazos al entrar en contacto con la atmósfera. Entre los grandes trozos de rocas y piedras que cayeron apareció milagrosamente un granito de tierra ¡vivo!. Aquel ser inesperado comenzó a correr y a gritar “¿hay alguién aquí?”. Al ser visto y escuchado fue rápidamente codiciado por ambos grupos, pues suponía un eslabón más en sus respectivas ambiciones de grandeza. Los añas no perdieron tiempo y fueron a hablar con él. Cuando llegaron uno de los cabecillas dijo:

_ ¡Hola pequeño!. Somos el grupo Aña, el de los fuertes. Venimos a pedirte que te unas a nosotros. ¿Qué decides?

Pero el llegado no decidió, sino que preguntó:

_ ¿Para qué queréis que me una a vosotros?.
_ Porque queremos llegar al cielo y encontrar la luz. Además si te unes a nosotros seremos más alto que los monts.

El “pequeño” quedó un instante en silencio y después manifestó:

_ Necesito pensar antes de decidir. Si volvéis mañana a esta misma hora os diré mi decisión.

Dicho esto el grupo Aña marchó con el propósito de volver al día siguiente. Después ocurrió lo esperado, llegó también el grupo Mont y saludaron diciendo:

_ ¡Hola solitario!, somos el grupo de los numerosos. Hemos venido a proponerte que te alíes con nosotros. ¿Qué dices a esto?.

Pero el “solitario” no dijo, sino que manifestó:

_ ¿Para qué queréis que me alíe con vosotros?.
_ Para llegar al cielo y ver la Luz. Además así seremos más altos que los añas.

El “solitario” quedó un momento en silencio y después afirmó:

_ Lo pensaré. Mañana un poco antes de esta hora os diré mi decisión.

El grupo Mont marchó expectante. El pequeño y solitario hizo algo que parecía peligroso, había citado a los dos grupos el mismo día y a la misma hora. Cualquier cosa podía ocurrir. Pero ¿quién era este misterioso ser llegado del Espacio?. A la misma hora que habían sido citados aparecieron los dos grupos. Al verse unos frente a otros quedaron mudos e indecisos. Después se escucharon voces e insultos. Pero intervino el llegado diciendo:

_ ¡Silencio por favor!. Vosotros me habéis llamado “pequeño” y “solitario”, sin embargo procedo de un planeta muy poblado y soy portador de una inmensa grandeza. He venido para ayudar. O mejor dicho, a mostrar el camino para que os ayudéis vosotros mismos. Y sin más dilación he de deciros que tuvisteis una oportunidad única cuando encontrasteis el camino de la razón. La lógica fue bondadosa y os mostró que a través de una unión entre todos vosotros aparecería la Luz. Pero deformasteis esta verdad convirtiéndola en lógica negativa. En vez de una unión formasteis dos uniones y os lanzasteis al enfrentamiento entre semejantes. Este error ha estado a punto de costar la vida global y os mantiene lejos de la Luz. ¿Es que acaso no os dais cuenta que si formáis un solo grupo llegaréis por fin a la Luz?.

En ese momento un granito de tierra aña se atrevió a replicar.

_ Pero llevamos siglos enfrentados, no podemos borrarlo todo en un solo día.

Se lo estaban poniendo difícil al visitante. Pero éste ni se inmutó y continuó hablando.

_ Más tiempo lleva la Luz encima de vuestra oscuridad sin que la podáis divisar. Pero si me apuráis os diré que ni siquiera se trata de sentimientos. No os hablaré de amor, que es lo más poderoso que existe, ni tampoco hablemos de vuestro odio, que es vuestra poderosa debilidad común. Hablemos de inteligencia, de saber qué es lo que más os conviene y de cómo conseguirlo. El primer paso es reconocer los errores. Vosotros los añas fuisteis torpes, porque lo que suponíais que era vuestra fuerza es ahora vuestra debilidad. Y vosotros los monts sois igual de débiles, porque vuestra solidaridad inicial sólo os ha conducido a la división y enfrentamiento entre hermanos. Pero he aquí que si unís vuestras respectivas debilidades se convertirán en una poderosa fuerza inigualable, de tal magnitud que si la usáis pasaréis de la oscuridad a la luz, de la guerra a la paz y del fomento del odio a la rentabilidad del amor. Esto es lo que os quiero proponer. Y ahora que lo sabéis os pregunto ¿estáis dispuestos a unir vuestros dos grupos en uno y llegar así a la Luz?.

Los dos grupos quedaron perplejos y sorprendidos por aquel discurso y proposición. No sabían qué hacer. Se escucharon algunos comentarios.

_ ¡Qué granito de tierra más listo!
_ ¿Será verdad lo que ha dicho?

Uno de ellos hasta llegó a preguntarle:

_ ¿Por qué sabes tanto?.

Y él respondió:

_ Porque procedo de un lejano planeta que una vez tuvo el mismo problema que vosotros tenéis ahora...

Alguien le interrumpió con un dilema:

_ Si vivías en un lejano planeta con luz, ¿qué haces aquí ahora en la oscuridad?.
_ Esa es una buena pregunta que merece una sabia respuesta. Os contaré. En mi planeta llegamos a la Luz después de muchas guerras y odios vencidos. Cuando ocurrió todo era felicidad y alegría. Pasó el tiempo y nos acostumbramos a este buen estado de ánimo. Pero la inteligencia prosiguió su desarrollo entre nosotros. Así nos dimos cuenta que la felicidad no sirve para mucho cuando se descubre que en otros planetas viven aún en la oscuridad total. El dolor y sufrimiento de muchas zonas del universo llegaban hasta nuestras conciencias. Porque los sabios no fueron creados para perjuicio de los no sabios, sino para aumentar la sabiduría del conjunto, siendo el Cosmos el mayor de los conjuntos, o esta galaxia el mayor de los conjuntos cerrados. Así, al descubrir que nosotros podíamos llevar la Luz a muchos hermanos galácticos, nos sentimos culpables de no hacerlo. Y con sentimientos de culpabilidad no se puede ser feliz. Por eso acordamos que un grupo de nosotros viajaría por el Cosmos en busca de planetas oscuros para invitar a sus habitantes a poner en práctica la solución que conduce a la Luz. De esta manera en mi mundo dejamos de sentirnos culpables y volvimos a sentirnos felices al saber que muchos de nosotros habíamos partido como mensajeros de la Luz. Por eso estoy aquí entre vosotros, por el amor y la paz que puede emanar en todos nosotros.

Todos los presentes quedaron boquiabiertos. Demasiadas verdades en tan poco tiempo. No tenían capacidad para reaccionar. Pero el enviado aprovechó el momento de sana incertidumbre y prosiguió con decisión:

_ Bueno, basta ya de charla y comencemos la tarea porque... ¿tenéis ganas de ver la Luz?.

Esta vez hubo reacción en forma de grito unísono:

_ ¡Sííí!

La voz colectiva resultó tan elevada que pareció salir de la oscuridad y llegar al mismísimo cielo de luz. Todos saltaron de alegría. Añas y monts se abrazaron y felicitaron mutuamente. Cantaron y bailaron celebrando la llegada de la paz y la fraternidad. Con esta felicidad todos iniciaron la empresa más grande jamás concebida en aquel, todavía, planeta oscuro. Pero en poco tiempo todos se agruparon en un mismo montón que comenzó a crecer rápidamente. Perforaron la niebla y por fin llegaron a la Luz ante un milagro que pareció vivirse. La negra niebla se replegó sobre si misma como un gigantesco remolino y desapreció. El deleite general fue imparable. La claridad llegó a todas partes y mostró la hermosura del planeta largamente cubierta. Resultó espectacular. Justo en aquel momento se escuchó la voz del enviado que desde la cúspide del enorme montículo gritó:

_ Ahora os diré mi decisión. No me uniré a los añas, no me uniré a los monts. Me uniré al recién nacido grupo “MONT-AÑA”.

Y comenzó a llover.

Fin

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