En
plena confianza voy a escribir un cuento particular donde no
necesitaremos ficción porque ocurrió en la realidad. Sin embargo
requeriremos imaginación, indispensable para leer cualquier relato.
Me propongo imaginar una historia real para celebrar y motivar a la
igualdad entre escritores, escritoras, lectores y lectoras. Muchos
siglos han sido necesarios para disfrutar de esta presunta Igualdad
entre mujeres y hombres, al menos en la historia llamada Occidental.
Presunta igualdad porque todavía queda mucho por hacer. Podríamos
hablar de una igualdad oficial o legal, junto con el voto de la
mujer, conseguido a finales de siglo XIX en Nueva Zelanda y
Australia, pero en Europa (en gran parte) se necesitó un bien
entrado siglo XX. El relato debe llegar allí, Nueva Zelanda en 1893,
enlazando datos históricos. Y como dicen que para un cuento es
necesario una trama, habrá que entramar o enlazar la intención
junto a algo sugerente y surgido en aquella época entre siglos.
Apareciendo un objeto como sujeto queriendo ser héroe del cuento: el
reloj de muñeca o reloj de pulsera. Porque entre la mujer
que es ciudadana y el reloj de pulsera hay tema, desenlaces y finales
abiertos.
El
reloj de muñeca proviene de un viejo ideal ingeniero, medir de forma
exacta al tiempo menor o contenido por un día. El primer ingenio
aparece en la historia humana ocupando un tamaño astronómico.
Requería a toda una estrella y un cielo despejado para funcionar, se
llamaron relojes de sol. Quizás se les podía haber llamado relojes
de sombras, porque eran las sombras quienes en realidad marcaban la
hora. Desde la Antigüedad se viene pensando en medir las horas sin
necesitar al sol o a sus sombras terrestres, ideando mecánica o
moviendo agua. Muchos fueron los intentos de alternativa a los
relojes de sol, como la clepsidra, en femenino, posiblemente
inventado por los egipcios. Es fácil de fabricar, una vasija
simétrica llena de agua con un orificio adecuado para que tarde un
día en vaciar todo el líquido contenido, dividir el espacio
interior de la vasija en 24 partes iguales, marcamos 24 trazos y ya
tenemos una clepsidra capaz de medir las horas.
Así
la noche pudo medirse en varias partes de tiempo y el tiempo cronometrarse, muy útil para los
relevos de la guardia de palacio, pero también para las reuniones
nocturnas programadas con intervención de varios oradores, lúdicas
o no, e incluso útil para las reuniones secretas o a espaldas del
poder absoluto de los reyes. Quizás así nació la democracia
antigua, entre el tiempo nocturno bien medido. La construcción
histórica continuó y la democracia pudo ver la luz del día,
llegando al poder en la Atenas Antigua. Con la clepsidra comenzó a
medirse el tiempo democrático de manera oficial y pública. El
ingenio resultaba simple, donde cubos con agujeros medían el tiempo
de los discursos en la ekklesia o asamblea de Atenas donde, por
cierto, la mujer no podía votar, era exclusivamente una democracia
masculina. También la clepsidra fue una herramienta muy utilizada
por los oradores romanos.
De
la República Romana se pasó al Imperio Romano y ya no fue necesario
medir el tiempo democrático, pues no hubo democracia en los siglos
siguientes. Tampoco en la Edad Media que vino después, salvo el reloj de arena que apareció en el siglo III, más como cronómetro que como reloj. Hasta que la
construcción de la Historia llegó a la llamada Baja Edad Media,
donde se necesitó medir el tiempo para la sociedad en general.
Algunas ciudades europeas crecieron y necesitaron trasladar a todos
sus habitantes la medición oficial de las horas. Tal necesidad fue
requerida por administraciones, contratos, transportes, universidades
y para ciertas regulaciones en las relaciones laborales o
empresariales. Así a finales de la Edad Media, con un dominio
absoluto de la Iglesia que hacía casi imposible nuevos inventos,
apareció el ingenio del reloj de cuerda... Puede sonar a algo
pequeño, pero se necesitaban pesas y ruedas ocupando un espacio
amplio del tamaño de una habitación o más. El tiempo mecánico
nació necesitando mucho espacio, pero la relojería mecánica
comenzó a evolucionar ejerciendo una ingeniería hasta entonces
desconocida. Una lenta Revolución Mecánica que desembocaría y
asistiría a la todavía lejana pero segura venida de la Revolución
Industrial.
Aunque
mucho antes se utilizaron máquinas, sobre todo para las guerras y
los asedios a las ciudades, esta ocasión era diferente. No sólo por
el perfeccionamiento de las piezas, más bien porque la maquinaría
sería utilizada para algo inmaterial, para medir algo inmaterial, el
tiempo. Inmaterial pero real, no imaginario, descubierto a escalas
menores más que inventado. Todavía hoy en día dos religiosos se
disputan en la historia la invención o creación del primer reloj
mecánico, sobre principios del siglo XIV. Al menos sabemos que sobre
una torre de Padua, Italia, en 1344, se construyó la segunda máquina
para medir las horas. Y los siglos siguientes comenzaron a llenar de
relojes los campanarios o torres en las grandes plazas de las
ciudades europeas. Era una lenta pero contundente Revolución
Mecánica donde el tiempo medido y detallado en horas se hizo
democrático para la sociedad. Así hombre o mujer, extranjero o
niño, daba igual quien fuera, quien mirara al campanario o torre con
reloj: ya sabría la hora exacta. También desde lejos, tan sólo
oyendo las campanadas que anunciaban las horas. Un verdadero y
universal conocimiento público, simplemente saber la hora que corre.
Algo tan normal en la actualidad fue un gran logro en nuestro pasado
común.
En esta nueva era mecánica no se pudo discriminar a la Mujer respecto al tiempo mecanizado, cosas de la ciencia, y la máquina informaba de la hora a las mujeres IGUAL que a los hombres. También a los esclavos donde los había y a los niños que sabían, las horas se anunciaban para todos. He aquí una igualdad casi sin importancia, sin apenas darse cuenta los que vivieron aquellos tiempos. Ofrecida por un objeto mecanizado donde la lógica histórica, desde la mecánica, acabaría llegando en pocos siglos a la lógica política y aparecería la igualdad política con el voto de la Mujer. A finales de la Edad Media, los relojes estaban formados por grandes maquinarias que requerían amplias habitaciones o espacios en las torres de las plazas. Lógicamente el siguiente reto fue hacerlos más pequeños para el interior de las casas... Mejor digo mansiones (porque eran muy caros).
Alguien
pensó que, además de empequeñecer las piezas, en vez de desplegar
la maquinaria en horizontal: hacerlo en vertical y podía resultar
mejor. Así nacieron los prototipos de relojes de pared. La inventiva
para crear nuevas piezas de los relojeros y sus herramientas se
volvieron más ligeras y precisas. Gracias al mismísimo Galileo,
Huygens introdujo el péndulo en los relojes de pared (1647). Estos
sofisticados medidores de tiempo comenzaron a cronometrar minutos
exactos, pero sólo estaban al alcance de los más ricos y sus
sirvientes. También
esta época nos ofrece algo hermoso que merece ser destacado como un
personaje importante de este cuento, el Ritmo. El famoso “tic tac”
(al que se pudo incorporar sonido musical para señalizar las horas)
entra en la escena de este relato. Y de qué manera, Huygens además
aplicó el muelle de espiral en nuevos relojes llamados de salón y
también en la aparición de los relojes de bolsillo, inventado en 1524. Hasta que todo
hombre que se considerara caballero (con dinero) debía tener encima
un reloj de bolsillo y otro de pared en su casa. Espirales y péndulos
marcando el ritmo del tiempo, necesario para que toda la maquinaria,
hasta llegar a las manecillas, cumpla su función.
El
ritmo se convierte en un gran personaje de los relojes, al menos
hasta que aparecieron los digitales. Con este ritmo a bordo el mundo
humano fue haciéndose más preciso; ya no sólo las horas y los
minutos, también los segundos fueron necesitados. Así llegamos a la
revolución industrial, apareciendo con buenos planos que detallaban
piezas y tecnologías proporcionadas por los relojeros. Apareciendo otro
personaje importante para este cuento y apadrinado por la Historia,
reivindicando aquí el trabajo de estos relojeros profesionales, artesanos y
artistas como antesala de la revolución industrial y sala de la
revolución mecánica. De la ingeniería para lo inmaterial, motivada
o creada por los relojeros, resultarían piezas moviendo otras
máquinas para transformar y mezclar la materia. Produciendo en serie
todo aquello que se pudiera vender; era la revolución industrial y
sus fábricas. Primero se fabricaron telas en serie que se exportan
por mar, donde los marineros controlaban sus turnos ayudados por
relojes mecánicos. Las ventas marcharon tan aceleradas que el
sistema económico mundial cambió a unos niveles nunca vistos, cosas
de la revolución industrial, en femenino. Porque el mercado, en
masculino, además patriarcal y cerrado (por no decir machista
directamente y romper el contexto de la época). El mercado se alzó
como templo del dinero, en sus aledaños la plebe vivía o consumía
como podía con lo poco que sacaba del duro trabajo en fábricas y
campos, pero en el interior del mercado los empresarios y los
consumidores ricos movían grandes fortunas y potentes recursos
tecnológicos en constante progreso. Al mismo tiempo una potente
clase media comenzó a levantarse (destinada a participar activamente
en importantes revoluciones venideras). Y se inventó el cronómetro mecánico, principios del siglo XIX.
Con
el mercado industrial también llegaron sus crisis con acusado
desempleo, precariedad laboral y hambrunas para muchos. Quizás en
alguna crisis a alguien se le ocurrió una idea lógica, sencilla
pero genial por el atrevimiento. Descubrió que las mujeres de los
ricos eran potencialmente grandes consumidoras. Inmensas fortunas
estaban en manos o con acceso de mujeres ricas y apenas se movían.
Mover parte de esas fortunas de bolsillo, venderles, suponía
suculentas ganancias, y así se hizo para gloria del mercado
industrial. Comenzó a fabricarse productos para mujeres, algunos en
serie como sombreros y botones. Al mismo tiempo las mujeres de clase
pobre pudieron trabajar y ganar dinero, algunas o muchas pasaron a la
clase media, y todas consumieron productos del mercado industrial. Aquello era demasiado nuevo para el mundo humano; y justo ahí,
aparecieron las sufragistas, mujeres con relojes de pulsera. Así
este cuento sin ficción pone en escena a este objeto mítico, el
reloj de muñeca, masculino y femenino en un mismo nombre.
Precisamente cuando aparecieron estos medidores de tiempo en las
muñecas femeninas: aparecieron las libertades políticas y el voto
de la Mujer. Al menos en gran parte de Occidente.
Las
mujeres que querían votar, las ciudadanas sufragistas, mujeres
democráticas, aparecieron respaldas por autonomía intelectual y
económica como nunca antes en la historia. Revolucionaron el mundo
occidental. En 1791, primeros años de la Revolución Francesa,
Olimpya de Gouges publicó en París la “Declaración de los
Derechos de la Mujer”. En 1792 Mary Wollstonecraff publicó en
Londres la “Vindicación de los Derechos de la Mujer”, dotando de
fundamento filosófico a la Igualdad. Sólo faltaba la mujer
trabajadora y en 1843 Flora Tristán publicó “La Unión Obrera”,
donde la igualdad ciudadana daba el salto de la filosofía a la
economía. El 19 de julio de 1848 unas doscientas mujeres se
reunieron en Séneca Falls (Estados Unidos) y proclamaron
una “Declaración de Sentimientos” donde protestaban de su
subordinación económica a los hombres y a la carencia de voto. El
peso en la producción industrial creció y en la década de 1870, en
Gran Bretaña, casi la mitad de las mujeres solteras tenían trabajo
renumerado, llegando casi al 80% a finales del siglo XIX. Así en
1893, un movimiento sufragista liderado por la neozelandesa Kate
Sheppard, consiguió el voto para la Mujer. Poniendo a Nueva Zelanda
a la cabeza de los países democráticos, a la que pronto se unirían
otros países occidentales.
La Ciudadana pronto a nacer sería obsequiada por el progreso tecnocientífico con un hermoso símbolo: el reloj de pulsera, muy femenino cuando nació. Portaban y lucían relojes de pulsera que a los hombres les parecía escandaloso llevar. Los caballeros de aquella época creían que era ridículo o afeminado llevar relojes de pulsera. Ellos portaban relojes de bolsillo, porque pensaban que llevarlo en la muñeca era como lucir una joya o pulsera, y por lo tanto nada varonil. Así que el gran mérito del reloj de pulsera, protagonista de este relato sin ficción, es para las mujeres democráticas, las primeras portadores de estos objetos. Esta costumbre femenina parece que tuvo sus raíces en el año 1812, y esta vez no hablaremos de la Pepa (la Constitución de Cádiz), sino de Caroline, también en femenino, hermana menor de Napoleón (precisamente un emperador “emparentado” con la Pepa). Resulta que un tal Louis Breguet, a saber con qué intenciones, regaló un reloj de muñeca a esta reina de Nápoles, Caroline. Y a finales de este siglo XIX la moda se extendió entre las damas ricas.
El
tiempo medido, en masculino, continuó, junto al mercado, ya algo
menos masculino, y ambos entraron de lleno en el ya establecido
colonialismo, terrible masculino. Llegaron las guerras, terribles
femeninas, entre potencias colonizadoras y pueblos a colonizar, hasta
conflictos bélicos de potencias colonizadores entre ellas mismas. La
diosa guerra exigía su tributo en la acelerada historia de Occidente
y sus relojes mecánicos. Se perdieron la vida de muchos jóvenes,
muertos por balas o explosiones. Como si el acelerón tecnológico
condujera a guerras industriales (las dos guerras mundiales). Mucho
antes, en África, al ejército inglés, gran consumidor de relojes
de bolsillo, necesitó atar sus relojes en las muñecas de sus
oficiales y mandos para ver bien la hora incluso en estado de marcha
ligera. Pudieron ser los primeros "afeminados" obligados
por la guerra. Pero aquel guiño de la "diosa guerra" no
fue observado por el "dios mercado". Hubo de esperarse
algunos años para que apareciera por primera vez en la Historia otro
de los personajes importantes de este cuento, el aviador. Mensajero
alado de los hombres... luciendo reloj en la muñeca.
A
principios del siglo XX los aviadores eran vistos como héroes.
Hombres que podían volar, para muchos parecía como si cierta
mitología se hiciera realidad. Aquellos héroes voladores
necesitaron controlar bien el ritmo (el tiempo) dentro de sus
aparatos. Así el joyero parisino Cartier desarrolló en 1904 un
reloj para su amigo el pionero brasileño de la aviación,
Alberto-Santos Dumont. Y este cuento tiene el honor de llamar a
Alberto para representación histórica al ser uno de los primeros
héroes “afeminados” (por llevar reloj de pulsera) de la historia
mecánica e industrial, en realidad a todos los primeros aviadores
que tuvieron el valor de ponerse en sus muñecas relojes de pulsera o
femeninos. La necesidad hizo costumbre y en 1917 el Real Cuerpo Aéreo
británico eligió a los relojes Omega como cronómetros oficiales
para sus unidades de combate, y el ejército de Estados Unidos en
1918.
Sólo
faltaba la popularización del reloj de muñeca entre la población
civil y masculina. Ocurrió porque, imaginemos cuento, tanto deificar
al mercado industrial, con el progreso tecnológico imparable (aún
hoy), puso celosa a la "diosa guerra" y exigió al ser
humano el mayor de los sacrificios hasta entonces, un enorme tributo
de muerte y destrucción, la I Guerra Mundial. Donde el mercado
industrial, en su versión militar, fue capaz de matar a millones de
humanos en poco tiempo, una inmensa fábrica de muerte con millones
de productos garantizados. La "diosa guerra" quedó saciada
con tantos muertos en la pila del sacrificio bélico, y en su
generosidad favoreció mejorar las tecnociencias, sobre todo la
tecnología militar... Pero tuvo un capricho: que los hombres civiles
llevaran relojes de pulsera a partir del fin de la Gran Guerra, años
veinte del siglo pasado. Y los hombres en general, los jóvenes en
particular (muchos mayores se resistían), comenzaron a lucir relojes de cuarzo en sus muñecas.
Quizás
por ello, inmersos en la historia bélica, los relojes de pulsera
masculinos fueron también algo que robar para los ladrones de
cadáveres de la II Guerra Industrial o Mundial. Otro gran festín
que se dio la "diosa guerra" a costa del "dios
mercado" y sus adelantos tecnológicos en su faceta más
financiera y regulando la evolución inestable de la Política.
Finalizando este segundo “matadero humano” del siglo XX llegó la
"diosa ciencia", por fin y mostrando ética, dispuesta a
poner algo de orden y cordura entre tanto desmadre y locura. Esta
diosa inventó la energía atómica y dijo a los "fieles"
de la "diosa guerra" y a ella misma, algo así: “ahí
tenéis, bombas atómicas, sólo podréis utilizar este invento
industrial y tecnológico en una sola guerra mundial y para
finalizarla, ya después no habrán más guerras mundiales, y si la
hubiera, ni posiblemente Humanidad”. Era el fin o la paz, entonces
nuestra ciencia política inventó y puso en vigor a los Derechos
Humanos y hasta ahora parece que estamos decidiendo la paz mundial.
La
"diosa guerra" pensó fríamente (la guerra fría) la
propuesta de la "diosa ciencia" y estuvo a punto de decir
que no, ella quería más guerras mundiales. Al final, con la promesa
de numerosas guerras locales y muchos muertos, la "diosa guerra"
aceptó y dejó de devorar con guerras mundiales. La "diosa
ciencia" aparecía con mejores lógicas y productos, y el "dios
mercado" comenzó a agasajarla mientras la "diosa guerra"
disfrutaba y se distraía entre sangrientas guerras locales.
Aparecieron dos mercados o bloques y en mitad de esta guerra fría entre ambos, 1956, se inventaron los relojes digitales. Estos dos bloques en los que se dividió al mundo compitieron en ciencia,
tecnología, economía, espacio y en guerras locales. En esta locura
tecnológica rivalizaron por llegar primero a la Luna, en femenino.
La carrera espacial, también en femenino... Un momento, al inicio de
la carrera espacial o en la llegada del humano a la Luna no hubo
mujeres. Esto no puede ser, algún mito femenino debemos imaginar en
esta aventura selenita. Algún ingenio debe haber para que la
protagonista más particular de este cuento está a punto de aparecer
y alunizar.
Miro
mi reloj de pulsera, es hora de alucinar este cuento, digo alunizar,
para centrarnos mejor en este objeto del mito femenino en la igualdad
humana y ciudadana. Reloja Luna, el reloj de pulsera del astronauta.
Alucinemos a gusto con Reloja Luna, también alunicemos, es el reloj
de pulsera del astronauta. Porque: ¿qué objeto femenino llevaba
Armstrong y Aldrin al pisar la Luna? ¡Llevaban relojes de pulsera
“femeninos·”! Así que sí, allí sobre la Luna hubo símbolo de
mujer, no sólo estaban sus hijos varones (hablando por la madre de
Armstrong o de Aldrin), también estaba ella misma en la forma de una
máquina capaz de ser la protagonista de un cuento histórico con
pretensiones mitológicas. Una máquina que hacía tic tac, una
máquina con ritmo. En concreto Armstrong y Aldrin llevaban relojes
de pulsera de la marca Omega modelo Speedmaster, como el de la
imagen:
Es
la protagonista principal del cuento, la querida Reloja Luna, aquí
cambiada de sexo por arte casual y presunta literatura. Cuando miro a
Omega Speedmaster veo a Reloja Luna. Y veo más, pero habrá de
dejarse para otro relato. El sueño del relojero, anticipo... La
inteligencia artificial y sus robots, exquisito femenino con muchos
masculinos. Bueno, el cuento se va. Iba a dedicar este relato a todas
las mujeres pero una lucecita roja que pone “Igualdad” se ha
encendido. Así que dediquemos el cuento a las mujeres y hombres que
volaron y quieren volar a la Igualdad. Lucecita verde.
FIN
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