jueves, 8 de mayo de 2014

El mejor hombre


Escondía cosas antes de dormir. A la mañana siguiente, no es que olvidara dónde las había escondido, sino que no recordaba siquiera que las había escondido. Siendo así, para su raciocinio: alguien se las había quitado. En la habitación de al lado dormía uno de sus hijos, el varón menor, que más le cuidaba porque vivía con él. Así que el hombre, padre y abuelo dedujo que su hijo le robaba por la noche mientras él dormía. Otros dos hijos venían de día a verle y a cuidarlo también. Y a ellos se atrevió a confesar sus deducciones: “Vuestro hermano me quita cosas cuando estoy durmiendo”. Después las sospechas se convertían en acusaciones directas al hijo que lo cuidaba y afirmaba: “Jamás pensé que ibas a tener tan poca vergüenza. Eso es ser malo, robarle a un padre, ¿me quieres decir dónde está mi correa?”. La correa o cinturón de pantalón era uno de los muchos ejemplos o cosas que se perdían de vista, para el padre que su hijo las robaba, para el hijo que el padre las escondía y después no se acordaba.


Su hijo prefería seguirle la corriente en todo lo que podía, pero a veces no podía y le decía: “Papá, no escondas las cosas, si quieres tener una buena vejez, no escondas las cosas, déjalas a la vista, que nadie te las va a quitar”. Después buscaba o reponía el objeto “robado”. Pero la casa era grande, con mucho mobiliario, ropas, adornos, etc…, así que el hijo no siempre encontraba lo que escondía el padre. Con la correa, por ejemplo, tuvo que comprar otra. Una correa nueva… Pero si el hijo le había robado una correa usada, más lo haría, con la nueva, así que mejor esconderla… A la mañana siguiente comenzaba la historia de nuevo, la correa robada y el hijo ladrón. Durante la cena, sin embargo, el padre le contaba al hijo aventuras de su juventud. Historias que el hijo había escuchado veinte o treinta veces, pero que solía disimular como si fuera la primera vez. Y juntos sonreían e incluso reían.

También pasaba que después de la cena el hijo se iba al saloncito, conectaba el ordenador y navegaba por la Red, mientras el padre veía la televisión en el salón grande. A veces, cuando más metido estaba el hijo en el ordenador, leyendo o escribiendo, aparecía el padre y le increpaba: “¿Me quieres decir ya dónde está mi carné?, que me lo has cogido para ir tú a cobrar al banco. Anda hijo, jamás pensé que fueras tan malo”. Y lo decía con la cara encendida y la mirada desprendiendo ira. El hijo solía reír, quizás como salida o solución para no perder la perspectiva más digna, pero el padre al verlo reír, más se encendía. Menos mal que se iba rápido por donde había aparecido, muy enfadado, como diciendo “me voy para no liarla”. Y al hijo, ya desconcentrado de lo que estaba haciendo, le daba por pensar en su padre.

Olvidaba al padre encendido de ira llamándolo ladrón de correas y de otros objetos. Pensaba que aquel hombre y anciano era la persona más honesta y honrada que había conocido en su vida, la persona que siempre le había dado sin esperar nada a cambio, el mejor de todos los hombres, su padre. Entonces agradecía a la vida que lo hubiera elegido a él para cuidarlo, nadie como él tendría más paciencia, más cariño y mejor dedicación. Se sentía con buena suerte por poder cuidar de su padre con la memoria tan desgastada, aunque fuera dura tal labor. Últimamente se daba ánimos recordando una escena de pocos días atrás, en un funeral de un familiar muy cercano, donde el padre no reconocía a muchos de sus sobrinos (sí a sus nietos e hijos), en un momento dado se sintió agobiado entre tanta gente “desconocida”, y como perdido empezó a preguntar por el hijo que le cuidaba (¡por el ladrón de correas!). El hijo apareció y el padre quedó tranquilo. Más tarde le contaron al hijo la escena y le llenó de satisfacción que su padre preguntaba por su nombre. Qué inmensa suerte sentía, porque recibía como honra poder estar entre los últimos cercanos que olvida un gran hombre en su vida.

Y aunque todo lo olvide el buen hombre sigue siendo en su corazón. Jamás olvida que ante un gesto de cariño reacciona con igual o mejor cariño. Aunque sea delante de un ladrón de correas pidiendo perdón… a su padre, el mejor hombre que ha conocido en toda su vida.


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