domingo, 19 de agosto de 2012

XI Historia de la Ciudadanía Democrática

La India de Azoca y el imperio Chin

Aunque Asia no tuvo ciudadanos democráticos en la Antigüedad, conviene repasar sus movimientos sociales y políticos de aquella época. Y en el mismo año, 321 aC, que estalló la guerra entre los diádocos, la importante ciudad de Magada era conquistada por Chandragupta, estableciendo un poder militar nuevo y en expansión hacia el Indo, así nacía el Imperio Mauria. Buscaban al central Indo, hasta entonces dominado por su occidente, el Imperio Persa, y después con el Imperio de Alejandro. En dicho año el Indo acabó siendo parte del ya emperador Chandragupta, cuya capital, Pataliputra, a orillas del Ganges, se convirtió en una ciudad igual o mayor en riquezas que la propia Alejandría del floreciente Egipto.


El siglo VI aC. fue para Asia una revolución del pensamiento hacia el idealismo donde destacaban Buda en el Ganges e India y Lao-Tsé en China. El Imperio Mauria creado por Chandragupta llegó a la mismísima entrada del golfo Pérsico, esta vez de manos del nuevo emperador Azoca (274-237 aC). Así la India se convirtió en el imperio más rico de la Tierra, muy heterogéneo, por lo que Azoca trató de otorgar una unidad moral al Imperio (como casi todos los grandes emperadores de la Historia), predominando esta vez las ideas místicas y caritativas del budismo. Este emperador-monje, aunque poderoso guerrero al principio, terminó siendo un destacado benefactor de sus pueblos, ordenando edictos que construyeron hospicios, hospitales, sembró de árboles frutales los caminos más transitados, estableció libertad de culto, redactó providencias señalando virtudes éticas sobre todo en el trato más humano a los esclavos. Entre aquellas grandes y pacíficas acciones destacó una cuando convocó a un concilio budista en su capital, Pataliputra.

Allí diseñó o explicó sus planes de universalismo religioso para la evangelización del mundo, basados en las concepciones brahmánicas y budistas, ofreciendo al mundo entero la caridad o amor universal. Numerosos misioneros partieron a todos los lugares conocidos y posibles. Predicaron en toda Asia Central, en Cachemira, Ceilán, Gandara, Egipto, Macedonia, Siria y muchos lugares más, pero sólo la isla de Ceilán, Birmania y por supuesto toda India fueron plenamente convertidas al Budismo. Así el imperio Mauria o de la India, además de ser el más rico, se convirtió en el gran centro religioso y filosófico del mundo, hasta que apagándose a falta de descendencia de la dinastía mauria sobre el años 188 aC.


En la misma época China también entraba en un nuevo periodo monárquico e imperial, saliendo de un largo feudalismo donde brilló el reino de los Cheu y la filosofía idealista de Lao-Tsé (Laozi). Su libro “Tao Te Ching” (escrito sobre el 600 a.C) en su capítulo XXV describe que: “Hay cuatro grandes cosas en el universo y el hombre es una de ellas. El hombre sigue las leyes de la tierra. La tierra sigue las leyes del cielo. El cielo sigue las leyes del Tao. El Tao sigue a su propia naturaleza”. Era la época de la dinastía Zhou (1050 aC a 256 aC), la última antes de llegar las llamadas “dinastías imperiales chinas”. Donde vivieron grandes pensadores filosóficos como Confucio (551 aC- 479 aC), Mencio (370 aC-289 aC), Laozi (se duda su época entre los siglos IV aC y VI aC) y Zhuangzi (369 aC-290 aC aprox.). También habría que mencionar a otros autores y obras anónimas que no conocemos porque durante la breve dinastía Qin (221 aC a “07 aC) se ordenó la quema de libros que no eran “acordes” a las formas políticas y religiosas del nuevo imperio.

Estos hombres, conocidos y anónimos, del periodo Zhou fundaron escuelas de pensamiento escribiendo palabras en piedra y pergaminos de bambú que demostraron la profunda filosofía o avance de la evolución de la mente/alma alcanzada por la Humanidad en tierra asiática y/o al margen de la democracia ateniense. El Hombre ya se reconocía a sí mismo como una especie viva de la Tierra y ante el Cosmos. A la muerte del último rey Zhou en 256 aC China entró en periodo de guerras y de división en siete Estados, después reunidos de nuevo bajo la breve dinastía Qin. Bajo mandato del emperador Qin Shi Huang (260 aC-210 aC) se comenzó a construir la Gran Muralla en el 215 aC. Este emperador unificó China, abriendo profundas reformas, se formó una nueva concepción del estado basado en el derecho civil, predominando sobre el militar. La barbarie de la ley talión quedó abolida, pero se evolucionó hacia un claro absolutismo (como ejemplo la susodicha quema de libros), acompañado de un clero que, mediante la astrología, dirigiría la política real. A la muerte de Qin sus generales guerrearon entre sí por el poder hasta que ocho años después apareció como clara vencedora la familia de los Han, proveniente del sur, en 206 aC. Fue muy breve la dinastía Qin, pero marcó un sistema imperial para dos milenios.



Con la dinastía Han, considerada una de las más liberales, China se abrió al mundo no sólo por tierra con la ruta de la seda, también por mar al conquistar el reino de Cantón (III aC). A lo que sucedió grandes evoluciones económicas en el mar de China. Estableciendo nuevos puertos o bahías donde un siglo después comenzarían a ser costumbre la abundancia de naves comerciales egipcias. Fue el emperador Wu (156 aC -87 aC), al extender sus territorios con nuevas conquistas, quien hizo posible la ruta de la seda. Mejor dicho: las rutas de la seda, porque eran muchas y algunas marítimas. Nos acercamos a un siglo I aC. fundamental en la Historia, donde la Mesopotamia helénica perdió hegemonía mientras que un imperio y una república (China y Roma) terminarían formando los grandes polos de la primera economía mundial de la Historia, la comercial, quedando Egipto como nexo de unión entre ambas. Ya se abarcaba por mar y de forma habitual a todo el mundo conocido (continente euroasiático y norte de África).

Así cuando las tropas del imperio romano cruzaron el río Eufrates para conquistar Parthia quedaron maravillados ante el tacto de la seda china, por lo que la ruta de la seda terminó llegando a Roma. China vivía entonces un periodo de esplendor, prácticamente igual y al mismo tiempo que en la floreciente Roma. Pero en el siglo I aC irrumpió una grave crisis económica y mundial (Occidente y Oriente) acompañada de graves revueltas sociales. Los poderes máximos del momento, chinos y romanos, temblaron y, aunque de formas diferentes, mismo fue el resultado: la autocracia y la fuerza sustituyeron al derecho.
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