Quiero que Cataluña siga
en España, que continúe siendo una de las diecisiete columnas que
forman la estructura común de las sociedades españolas. Pero este
deseo mío obedece más al sentimiento individual que a la lógica
común. Porque muchas veces el “mal”, lo incorrecto o erróneo,
no proviene de las personas malas, sino de personas buenas que lo
están haciendo mal. Como si no bastase querer, sino además saber
querer. Para ilustrar el problema cuando el sentimiento dice una cosa
y la lógica afirma otra está el ejemplo de una madre cuando su
hijo, recién adquirida la mayoría de edad y debido a la crisis
económica, debe mudarse a las antípodas para trabajar. Aunque la
madre quiera mucho al hijo y desee verlo todos los días para
ayudarle mejor en sus primeros años de adulto, la lógica parecerá
mostrarle que el mayor bien para su hijo es que marche al lejano
extranjero si le espera un empleo digno, aunque allí se case y tenga
hijos que serán nietos a los que verá poco. También hay otro
ejemplo claro, cuando un padre compra unos dulces empaquetados que le
gustan especialmente a su hija porque están en oferta y... no mira
la fecha de caducidad, desconociendo que se ponen en oferta porque
están próximos a caducar, pero después fácilmente, por descuido o
carencia de trabajadores, los productos ofertados y ya caducados se
quedan sin retirar de las estanterías del supermercado, pudiendo
poner en grave riesgo la salud de su hija. Como si el bien que
desconoce o descuida pudiera traer el mal.