viernes, 21 de septiembre de 2012

XX Historia de la Ciudadanía Democrática

Capítulo XX

La Mujer vota

La mujer es igual al hombre o el hombre es igual a la mujer en cuanto a derechos y leyes públicas se refiere. Ciudadanas y ciudadanos, la Ciudadanía, pero esto tan lógico y justo costó mucho ganarlo para la Historia (sobre todo para  la Historia llamada Occidental, porque todavía muchas culturas o naciones discriminan severamente a la Mujer). Esta Historia Occidental y en cuanto a beneficios para la Mujer se refiere, Historia Humana, tiene su arranque a partir de la segunda mitad del siglo XIX, donde comenzaron algunas mejoras para la clase obrera. El auge económico de la clase media conllevó una relativa subida de los salarios de obreros y campesinos. Atenuándose así la miseria de las clases bajas que, aún siendo todavía insuficiente, marcó un hito en la Historia. Sin duda alguna el capitalismo salvaje de los tiempos anteriores que crearon grandes bolsas de miseria entre la población fue suavizándose sin llegar a desaparecer. Ayudaron nuevos adelantos tecnológicos y médicos, líneas ferroviarias y el telégrafo, que conectaron mejor a naciones, ciudades y municipios. El siglo XIX también revolucionó la medicina preventiva y el diagnóstico, en 1841 se creó el primer departamento dermatológico. En 1848 comenzó a emplearse el éter para sedar a los pacientes, y mediante calor se aplicaba la práctica quirúrgica de la asepsia y la antisepsia, consiguiendo así disminuir drásticamente las tasas de mortalidad tras las operaciones.



En lo político Alemania se reunificaba en un ambiente intelectual. Inglaterra y Francia ejercían hegemonía en el mundo, uniéndose a las pocas décadas Estados Unidos. Iniciándose otra era de colonialismo hacia África y Asia. En 1860 un ejército francés e inglés (entrando en Pekín) obligaron a China a un Tratado que abrió puertos al comercio internacional. EEUU consiguió lo mismo en Japón entre 1854 y 1858. Ambos e inmensos mercados asiáticos quedaron abiertos. Durante 1854 Japón (después de 250 años sin apenas contacto internacional), volvió a abrirse al resto del mundo y en 1868 se produjo la Restauración Meiji, una serie de reformas que no sólo acabó con el feudalismo, también entró democracia. Duró medio siglo, la Gran Depresión de la economía mundial llevó hambre a Japón, sobre todo a su norte y el ejército tomó poderes en los asuntos públicos, perdiéndose la democracia, que no volvió hasta pasada la II Guerra Mundial.

Mientras en Holanda el régimen parlamentario fue implantado en 1848 y el poder fue pasando entre liberales y conservadores, sucediéndose con normalidad democrática. La diferencia principal entre ambos partidos radicaba en que los liberales aspiraban a una enseñanza libre y los conservadores deseaban una enseñanza confesional. Igual ocurrió en Bélgica entre el partido de católicos ultramontanos y el partido liberal anticlerical, que formaron gobierno a partir de 1848, pronto suprimieron los portazgos (aduanas alrededor de las ciudades) y reconocieron a los obreros la libertad de asociación. En Suiza, con la Constitución de 1848, llegaron también los liberales al poder en 1852. Así el cantón de Zurich estableció el referéndum y la elección de los ministros a través de la democracia directa. Reformas democráticas a las que no tardaría en unirse el resto de los cantones como Argovia, Berna, Ginebra, Lucerna, Soleure y Turgovia. El régimen parlamentario y constitucional fue transmitiéndose a Dinamarca, Noruega y Suecia, donde en 1862 las instituciones feudales fueron suprimidas en beneficio del Riksdag sueco (de dos Cámaras). En 1864 Grecia se sumaba a este liberalismo que despertó sentimientos de libertad por toda Europa y América. Este mismo año Rusia estableció asambleas de distritos, aplicando así el zar Alejandro II reformas liberales.


Coincidencia o interconexión histórica, política y económica, la democracia liberal se extendió con el industrialismo (aunque éste fuera utilizado en el siguiente siglo XX también por los totalitarismos) y sus nuevos y poderosos burgueses. Con una clase media nutrida, incluso con varias clases interiores y numerosas especializaciones, supuso un mejor equilibrio entre las clase Baja (antes campesina y ahora también obrera) y la clase Alta (hasta el siglo anterior propiamente la asristocracia y en este siglo XIX: los más ricos entre la nueva burguesía). De hecho con la democracia liberal ambas clases, alta y baja, se equilibraron perfectamente en la Política (todos ciudadanos y cada uno con un voto, y los mismos derechos), no así ciudadanos iguales en Economía (de hecho no conocemos desde la Antigüedad ninguna civilización que en Economía todos sus varones adultos hayan sido iguales). En definitiva. decir que la sociedad democrática y decimonónica era la formada por miembros iguales ante la Política es decir una verdad a medias. Porque la mitad o más de la sociedad estaba formada por mujeres que no podían votar, siempre superditadas a varón, Fue duro el siglo XIX para la mujer, pero se marchó con una gran moticia para la Historia de la Ciudadanía Democrática.


Tercer paso histórico, la mujer vota.

La mujer votó antes de irse el siglo XIX, pero ya quería votar desde siglos anteriores. Cuando los Estados Generales fueron convocados un año antes de la Revolución Francesa, en 1788, el tercer Estado llevaba unos cuadernos de quejas llamados “Cahiers de Doléances” provenientes de todas las provincias para ser expuestos en la Asamblea Nacional. En ellos había peticiones para que las mujeres pudieran estudiar. Y con la revolución en marcha surgieron movimientos como el de “Ciudadanas Republicanas Revolucionarias” (Citoyennes Républicaines Révolucionaires). En 1791 Olimpya de Gouges publicó en París la brillante “Declaración de los Derechos de la Mujer”, donde su primera frase era inapelable ante el derecho que exigían: “Las madres, las hijas, las hermanas, representantes de la nación, solicitan ser constituidas en asamblea nacional”.

No estaban solas, uno de los destacados diputados de la Asamblea, el ciudadano Condorcet, afirmó en ella durante 1790: “Quien vota en contra del derecho de otro ser, sea cual sea su religión, el color de su piel o su sexo, renuncia a los suyos desde ese preciso momento.” Esto sí son luces de razonamiento democrático, además Condorcet este mismo año publicó en el “Journal de la Societé” el artículo “Sobre la admisión de las mujeres en el derecho de ciudadanía”. Y otros pensadores de la talla de Saint-Simon, Robert Owen y Charles Fourier vieron teóricamente a las mujeres iguales a los hombres.


Con Mary Wollstonecraff (1759-1797) la igualdad política, social, jurídica y laboral de la mujer con el hombre, tomó fundamento en la filosofía. En los años finales de su vida publicó en Londres, en 1792, un importante libro “Vindicación de los Derechos de la Mujer”, donde demostraba a la mujer potencialmente igual al hombre frente a la Razón. En esta obra se cita un llamamiento a todas las mujeres: “...ya es hora de devolver a las mujeres su dignidad perdida, y que contribuyan en tanto que miembros de la especie humana, a la reforma del mundo, cambiando ellas mismas”. Era optimista con la evolución democrática también para la Mujer, y acertaría, pero en aquel momento no llegó a la práctica social. Así estos trabajos fueron esenciales para ir avanzando porco a poco. Y medio siglo después, en 1848, se abrió en Londres el primer centro de enseñanza para chicas, extendiéndose como costumbre entre las sociedades industriales. 

Fue otra mujer parisina, Flora Tristán (1803-1844) quien iba a darle al liberalismo machista donde más le dolía, escribiendo una obra titulada “La Unión Obrera”, en 1843. Donde la igualdad ciudadana daba el salto de la filosofía a la política, en este caso socialista por la autora, ciudadana clave para la organización obrera y su carácter universal. Y el fundamento no era sólo políitco, también económico, apareciendo una sociedad donde el peso económico de la mujer en el sector laboral resultó decisivo. El 19 de julio de 1848 unas doscientas mujeres se reunieron en Séneca Falls (Estados Unidos) y proclamaron una “Declaración de Sentimientos” donde protestaban de su subordinación económica a los hombres y a la carencia de voto. En Londres y durante 1866 John Stuart Mill y Henry Fawcet elevaron a la Cámara de los Comunes una petición para la aprobación del voto femenino, fue denegada. Ello provocó la organización del primer movimiento sufragista en Londres, la “National Society for Woman’s Suffrage”, coordinado por Lidia Becker.

Tiempo despues se produjo otra impotante clave sufragista cuando en 1869 John Stuart Mill (1806-1873) escribió “El Sometimiento de la Mujer”, una obra genial en defensa del voto femenino que recorrería en poco tiempo el mundo anglosajón (Mill era un ciudadano famoso, reconocido filósofo y economista de su época). Decía que “las mujeres son iguales a los hombres en todo lo que atañe a la ciudadanía”. El trabajo se extendió rápidamente por todas las naciones de habla inglesa, incluida Nueva Zelanda. Llegamos a la década de 1870 donde iban a producirse nuevos cambios económico/sociales en los países industriales. Por ejemplo en Gran Bretaña, donde casi la mitad de las mujeres solteras tenían trabajo renumerado, llegando casi al 80% a finales del siglo XIX. El poder económico de la mujer crecía en la sociedad y, como con los burgueses y después con los esclavos, el cambio económico fue crucial y terminaría traduciéndose al poder político/democrático una vez arropado teóricamente, como fue el caso. Fue muy laborioso, aplicándose este constante esfuerzo entre décadas de trabajo y dedicación constante de aquellas ciudadanas excepcionales. Como ejemplo el siguiente texto del 6 de Octubre de 1882, “Hágase, si no, la prueba: póngase al niño y a la niña en las mismas condiciones, tanto de instrucción como de educación, tanto del medio como de los alimentos, tanto de los hábitos como de las preocupaciones sociales, y creo que nos encontraremos con mujeres que saldrán buenas y otras que serán inútiles, lo mismo que pasa con los hombres”. Escrito por Dolores Aleu, en su tesis doctoral en la Universidad Central de Madrid. 

Así, por fin, podemos afirmar que en 1893 la Humanidad se perfeccionó mucho más o dejó de ser tan imperfecta. El lugar fue Nueva Zelanda, donde gracias a un movimiento sufragista liderado por Kate Sheppard, convirtió al país y a su ciudadanía general en el primero en la Historia en convocar el sufragio universal sin restricciones de género. La desigualdad sexista desapareció del derecho al voto y se produjo por primera vez el verdadero sufragio universal. Otras ciudadanas luchadoras fueron Clara Campoamor, Eva Perón, Victoria Kent, Hubertine Auclert, Madeleine Pelletier, Emmeline Pankhrst, Louise Otto-Petters, Clara Zetkin, Luise Zietz y otras muchas, la mayoría anónimas.

 

Hay que destacar que en algunos países como EEUU y Sudáfrica el sufragio femenino se produjo antes que el universal, pudiendo sólo votar hombres y mujeres de un grupo étnico y no de otros, aún siendo grupos étnicos que también formaban a la nación o sociedad democrática. Son excepciones, por lo general el sufragio femenino supuso el tan esperado sufragio universal, la Democracia Completa. Aunque siendo exactos, el primer sufragio masculino y femenino se autorizó accidentalmente en New Jersey, en 1776. En 1838 también se aprobó el sufragio paritario en una pequeña colonia británica escasamente poblada y llamada Islas Pitcaim, en Oceanía. Más destacado fue el voto femenino por primera vez en una ciudadanía provincial, ocurrió en Colombia, 1853, en Vélez (Departamento de Santander). También citar a Wyoming, el primer estado de EEUU que en 1869 aprobó el sufragio igual, sin diferencias de género pero, esta vez sí de raza, no pudiéndose considerar sufragio universal.

El 8 de Marzo de 1908, 129 costureras tomaron pacíficamente la fábrica de Sirtwood Cooton, en Nueva York, reclamando igualdad salarial, jornadas de diez horas y tiempo para la lactancia de sus bebés. Pero... se cerraron las puertas con candado y se prendió fuego a las instalaciones. Perecieron las 129 mujeres, trabajadoras y ciudadanas. De ahí que el 8 de Marzo se celebre el Día de la Mujer, que hasta hace bien poco era el Día de la Mujer Trabajadora. Así, el reconocido en la Historia como primer sufragio universal y paritario fue en Nueva Zelanda (aunque todavía no podían las mujeres inscribirse como candidatas). La vecina Australia iba a ser el segundo país en ganarse las mujeres su derecho al voto en 1901, Finlandia en 1906, Noruega en 1913, Dinamarca en 1915, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Polonia, Rusia y Austria en 1918, Estados Unidos en 1920, Suecia en 1921, España en 1931, Francia, Japón e Italia en 1945 y Suiza en 1974, por citas algunas naciones democráticas. Aún así todavía existen países donde la mujer no puede votar. Bueno, es más, todavía existen muchos países donde ni siquiera existe la Democracia.


Así la Humanidad (o buena parte de Ella) dio el tercer paso histórico que eliminó la barrera sexista y estableció la auténtica igualdad social, la Democracia de los dos sexos. A partir de entonces en los lugares democráticos y poco a poco, con procesos aún no finalizados, los votos femeninos y masculinos fueron y son iguales, en iguales urnas y en iguales escrutinios de las sociedades libres, esta vez plenamente democráticas. Aún así todavía existe discriminación hacia la mujer en muchos países democráticos, por ejemplo en los sueldos, que no son iguales al de los hombres aunque se haga el mismo trabajo. También existe poca presencia de mujeres en los puestos directivos.

En definitiva muy atrás quedó en la Historia aquella mitología donde por las amenazas del dios Poseidón las mujeres atenienses perdieron su derecho al voto. En Nueva Zelanda durante 1893 nadie explicó mitológicamente porqué las mujeres recobraron el voto, lo explicó la realidad del momento, con razones democráticas y peso económico, y ahora la ciudadanía con su ciencia histórica. La democracia liberal quedaba servida al completo para las sociedades avanzadas, con sus referendos, sus plebiscitos y sus elecciones generales para elegir representantes, leyes y gobierno. Una democracia representativa donde, más bien, el pueblo no gobierna, sino que nombra a los representantes para que formen el Gobierno, el Parlamento y la Justicia. Ahora, en muchos países democráticos los representantes se convierten en tutores que forman poderosas oligarquías dentro de los partidos. Son países donde apenas hay participación de la ciudadanía en el poder legislativo y en el ejecutivo. Siendo discriminada también la mujer ciudadana, esta vez, ya sí, junto al hombre ciudadano. Las mujeres buscaron la igualdad de voto, con mucho trabajo histórico, para ser más libres. Ahora, con la igualdad conseguida, por imperativo histórico de los últimos años (por ejemplo en la franja sur europea), la inmensa mayoría de las mujeres ciudadanas encuentran discriminación y deterioro de derechos sociales, junto al otro gérnero sexual de la Ciudadanía.

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