martes, 26 de julio de 2016

Humano y ciudadano


Me hago llamar «ciudadano humano» y necesito leer el porqué en algún lugar. Saber dónde remitirme o remitir cuando no pueda explicarlo adecuadamente. Así quiero escribir un post en este blog que lo explique de manera amable y coloquial. Todo comenzó de niño, cuando me dijeron que yo era de Arroyo de la Miel, un pueblo al sur de España, frente al Mediterráneo. Había otro pueblo a pocos kilómetros llamado Benalmádena, y algunos adultos decían que yo era de Benalmádena, a lo que me negaba. Hasta que mis padres me dijeron que había tres pueblecitos muy cercanos: Arroyo de la Miel, Benalmádena-Pueblo y Benalmádena-Costa, y que los tres formaban el municipio de Benalmádena. Así lo comprendí y lo admití, yo soy de Benalmádena. También en mi identificación, o en la de mis padres, comencé a oír palabras como España y Andalucía, pero todavía no las ubicaba bien. En el colegio mejoró la cosa y supe que, además, soy de Málaga.  Y como tuve la suerte de estudiar la enseñanza básica (EGB) y el bachiller (BUP) con la democracia ya re-instaurada: asocié bien mis identidades colectivas a través de la palabra "ciudadanías".

Así soy un ciudadano democrático, pero no basta esta afirmación, además he de escribir o de señalar dónde lo soy. Ser ciudadano democrático es un estado elevado de la conciencia civilizada, estamos de acuerdo, pero no en todos los lugares es posible. Es cierto que es posible ser demócrata de conciencia en cualquier sitio, pero especificar dónde se ejerce el voto es lo que lleva a la práctica y a una realidad palpable de las ciudadanías y del conjunto de individuos que las integran. Es importante saber o entender en cuántas comunidades civilizadas soy o somos ciudadanos. Soy ciudadano de Benalmádena, soy ciudadano de Málaga, soy ciudadano de Andalucía, soy ciudadano de España y soy ciudadano de la Unión Europea.

Pero hay dos comunidades, aún no nombradas, muy importantes en mi existencia, con fuerte potencialidad democrática antes de mi niñez, es decir: plenamente de conciencia para muchos, incluidos mis padres. Ellas son la comunidad de hispanos y la comunidad de humanos. Soy hispanoparlante y por lo tanto estoy ligado a esta gran cultura diversa y con una poderosa y potente lengua común, el castellano o español. De alguna manera soy ciudadano hispano de conciencia y mi libertad de expresión y opinión, junto a su voto, estarán siempre dispuestos por si Hispanoamérica me lo solicita.

Lengua castellana o española relatando sobre el humano

Sin embargo, la protagonista de este post es mi otra democracia de conciencia, la comunidad humana. Pero no hay democracia en toda la Humanidad, por ello serí­a más preciso decir que soy de la Humanidad Libre o Mundo Libre. Sé que la Humanidad Libre nunca ha convocado al voto humano, aún así­ (al igual que con «mi» Hispanoamérica) queda dispuesto para ese momento. No es una espera pasiva, sino activa, y pienso mucho sobre cómo serí­a posible alcanzar las consultas democráticas o referendos de opinión entre todos los humanos libres. Sin carácter vinculante, pero con datos suficientes para los primeros trazos de una personalidad colectiva, mínimamente consciente, para la Humanidad (esto, para algunos campos académicos como la sociologí­a y afines, serí­a como una «mina» de datos y conclusiones). Más exactamente sería descubrir o crear la personalidad democrática de la Humanidad Libre. Recordando con ello a los millones de humanos que no son libres, así reivindicando sus libertades democráticas como un necesario acto de solidaridad cosmopolita.

Decir «humano» no es suficiente, porque un humano puede ser un esclavo, un vasallo o un súbdito, pero cuando se pone la palabra «ciudadano» (y su concepto) la cosa cambia mucho y queda claro que al decir "ciudadano humano" estamos señalando a un humano libre dispuesto a votar. Soy un ciudadano humano dispuesto a votar, pero de poco sirve uno, unos pocos o muchos, si no hay una manera posible y de fácil acceso para llegar a votar. Se hace necesaria una herramienta del cosmopolitismo social que no sea utópica. Y para ello existe una perspectiva fundamental: no hay ciudadanos extraños dentro del cí­rculo de la Humanidad, no hay extranjeros. Si miro a mi ciudadaní­a municipal y después miro a otra comunidad municipal de otro continente esta última me puede parecer extraña. Si miro a mi ciudadaní­a nacional y después a otra de cualquier país: la veré como extranjera. Pero si miro a mi ciudadaní­a humana: ningún humano me será extraño o extranjero.

Fuera del círculo humano sí hay extranjeros, en todos sitios puede haberlos, por lo tanto esta realidad anula y se contrapone a una soberaní­a única o absoluta para la Humanidad. La nación humana resulta utopía por el camino de la polí­tica vinculante, y en cierto modo contraproducente por la elevada posibilidad de guerras o de violencia armada. Como ciudadano humano no busco la nación humana, ya tengo nación. Busco la personalidad colectiva humana como una vía inteligente para la evolución mental de nuestra especie. Y no es necesario el voto vinculante, con la libertad de expresión y su voto de opinión es suficiente. Y convocar a los humanos libres a votos de opinión, que no afecten a las polí­ticas partidistas, es posible. En realidad, al igual que las personalidades individuales trascienden a la polí­tica o no sólo se nutren de ella (y existen otros campos fundamentales y existenciales al margen como la familia, el trabajo, las condiciones sexuales, las aficiones...), las personalidades colectivas también trascienden a la política, aunque la necesite, al menos a su marco democrático y ciudadano.


Podríamos ilustrar esta autonomía respecto a la política con «la hipótesis del batido». Donde imaginamos que un multimillonario de la industria láctea mundial decide sufragar los gastos de una consulta democrática en las principales ciudades del mundo libre. Y los que voten entrarí­an en sorteos con premios espectaculares o suculentos. La pregunta a votar sería: ¿qué sabor de batido le gusta más?, y las posibilidades de voto estarían formadas por los sabores base: chocolate, vainilla, fresa, nata, otro... El resultado o escrutinio de esta consulta mundial puede parecer un dato poco interesante, pero es una pieza más de las miles que pueden formar la personalidad humana. Además la hipótesis del batido puede parecer inútil, pues aparentemente darí­a el mismo resultado que las estadí­sticas de consumo. ¿Seguro?, ¿coincidiría el sabor más votado con el más consumido?, o si difieren: ¿cuánto diferirían? Quién mejor para saberlo que dicho fabricante o multimillonario de la industria, pues consultando sus archivos de venta podría saber qué sabor vende más y, por lo tanto, cuáles se consumen más y cuáles menos. Sin embargo cotejar ambos datos (el votado y el comprado) puede mejorar el conocimiento sobre la realidad industrial y mejorar el consumo. Por ejemplo se podría saber qué sabores (y sus cantidades) van más a la basura porque terminen caducando y, por lo tanto, ensuciando al planeta, habiendo producido un gasto energético inútil y costoso para la industria.

Esta democracia industrial opta u optarí­a al voto de los consumidores (últimos compradores) sobre los productos fabricados por cualquier industria. Porque sabiamente utilizadas estas consultas de voto supondría ganar más dinero o asegurar las ventas. Además cuenta con proyección de futuro y no sólo preguntar "qué le ha gustado más», sino también «qué le gustaría más». Así­ cualquier lanzamiento de un nuevo producto, o mejora de uno existente, utilizando la democracia industrial o de consumo aseguraría el éxito de la iniciativa y el lanzamiento quedaría garantizado a un buen nivel. Pero al margen de la democracia industrial, "la personalidad colectiva humana se puede conseguir, al menos la inteligente y consciente, con el voto humano no vinculante a poderes públicos". En ello ciertas estadí­sticas importantes de consumo pueden ayudar, pero la esencia es el voto de opinión sobre los temas importante de una sociedad, en este caso de la humanidad libre. Por ello, «sin utilizar el voto polí­tico/vinculante podemos conocernos mejor a nosotros mismos como humanos». La humanidad libre del siglo XXI puede acceder a esta ciudadaní­a humana, y ya no sólo sería «de conciencia», pasando a ser "de conciencia inteligente". Utilizando sabiamente las preguntas y sus votos la humanidad libre podría acceder a los principios de una personalidad colectiva y responsable. Esto es muy importante, y más aún ante un planeta que parece «enfermar».

Repito, no sería vinculante a los poderes públicos o Estados y sus asociaciones, pero sólo que el conjunto humano pueda expresar su opinión supone que la vida mental no evolucionaría al margen de la generalidad humana. Y sería necesario explicar bien las cuestiones mundiales, donde el humano por sus propios medios trataría de informarse mejor ante las opciones a voto. Esto supone a medio plazo un peldaño más en la evolución humana. En este siglo XXI la evolución ciudadana y sus libertades democráticas tienen dos pasos pendientes que destacan sobre el resto: "cubrir a todos los pueblos humanos" y "establecer, al menos sin carácter vinculante a poderes públicos, una ciudadanía común donde no existan los extranjeros o extraños, para que todos los humanos puedan ser consultados democráticamente", y así formar realmente una especie inteligente, unos auténticos homos sabios. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de alguna manera lleva implí­cito o en potencia, una ciudadaní­a común a todos los humanos (sin que sea soberana). Utilizando los derechos humanos, sobre todo aquellos relacionados con la libertad de prensa, de pensamiento, de expresión y de opinión, es posible una ciudadanía humana.


Para el pensador Walzer: "la ausencia de un estado mundial hace imposible la idea de una ciudadanía universal", pero es porque muestra a la ciudadaní­a sólo en su faceta o capacidad de participar en la comunidad polí­tica vinculante a través de representantes. No cubre o no piensa en la posible parte de la ciudadanía que es capaz de apartar a su voluntad polí­tica y, con otras facetas de su personalidad cí­vica, propiciar un voto muy útil para la generalidad y su evolución, en este caso a la generalidad humana. Reflexiones y motivos más que suficientes para intentar vislumbrar con metodología adecuada unas ví­as participativas de votos ciudadanos sobre urnas humanas sin que exista carácter vinculante o sin que se pretenda crear un Estado Mundial. Más bien necesitamos un estado lógico, si nuestros países son democráticos y nosotros demócratas, ¿por qué no podemos votar todos los ciudadanos democráticos de este planeta?. Aunque sea en cuestiones menores que, sumadas, puedan ofrecer una personalidad a la humanidad libre como uno de los fines lógicos de la historia de la Libertad.

Por otro lado Rousseau decí­a que la razón no era la única raí­z del conocimiento, que también emanaba de las sensaciones y de los sentimientos. Es alentador comprobar que existen los conocimientos formados por sentidos y sensaciones agradables como las que podemos experimentar al imaginar que nos despojamos de los poderes del Estado por unos momentos (o lo dejamos un momento en nuestra otra ciudadaní­a soberana) y sentimos que nos nutrimos mental y pací­ficamente de la solidaridad humana y sus votos. Somos o podemos formar asociación como humanos pacíficos, legales, democráticos e inteligentes, sólo nos falta saber votar como tales.


Quizás también sean necesarias unas circunstancias económicas favorables, como en la antigua Atenas donde apareció la democracia. O como cuando la Mujer pudo votar y presentarse a representante democrática (a finales del siglo XIX y principios del XX). En ambos casos, en Atenas porque la aristocracia y sus riquezas necesitaron a los hoplitas (ciudadanos libres pero pobres) para defenderse ante las polis vecinas y ante los tiranos propios, y con la Mujer en la historia occidental porque, además de reivindicar tanto, comenzaron a trabajar para el mercado y su peso económico en la industria (también como consumidora) fue decisivo a la hora de inclinar la balanza a favor del voto femenino y, por lo tanto, a la paridad y universalidad de la democracia. En este caso con la ciudadanía humana la universalidad es mayor, ya no se trata sólo de la cuestión de género sexual y de la historia occidental, sino de todos los hombres y mujeres libres de la Tierra.

Esto es para mí­ la ciudadanía humana, la voz democrática humana capaz de formar una personalidad común e inteligente, por ello reconozco que soy un ciudadano humano. Porque me considero un hombre libre, y todos los hombres libres y todas las mujeres libres tienen mi voto a disposición de nuestro conjunto. Ningún problema de la humanidad me es ajeno y sobre todos ellos quiero y puedo votar. Porto una conciencia humana que merece crecer civilizada en democracia. Sé que mi pueblo, mi provincia, mi comunidad autónoma, mi paí­s, mi continente geopolítico y mi comunidad hispanoparlante tienen problemas, y en ocasiones requieren mi voto, pero no olvido a mi comunidad humana, tanto a la parte que todavía no es libre como a la libre que no sabe o no puede mejorar democráticamente como conjunto. No olvido como humano del siglo XXI que existe algo fundamental para nuestra especie, algo que la Evolución aún no ha traído, y lo nombraré en latí­n para que resulte más llamativo, el "ius sufragili mundus", el voto mundial democrático.

Gracias.

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